Santos y São Paulo, Brasil. Se acabó la travesía tica en Brasil. Se lloró, se rió, se sufrió, tal y como se habrán dado cuenta a través de estas columnas. Quizás hasta hubo demasiado de cada una.
Pero hoy, en la última de ellas, puedo decir que todo valió la pena.
Este servidor quizás sea un caso aparte, un caso clínico por ser tan apasionado de este deporte; pero estoy seguro que no debe existir un solo costarricense que no se haya emocionado por lo menos un poquito con lo que hizo la Selección en este Mundial. Ahí es donde se explica el por qué el fútbol es único.
Es un deporte que le permite a un equipo, a punta de orgullo y disciplina, hacer que un país entero se olvide de géneros, preferencias sexuales, razas, y cualquier otra estupidez que a veces nos divide. Todo para agruparnos bajo una sola bandera. En este rato fuimos uno y eso es especial. Eso es lo que verdaderamente hay que celebrar.
Hoy en la madrugada los integrantes de la Tricolor debieron abandonar su Santos dejando muchas cosas atrás, pero deben aterrizar en Costa Rica a las 12:30 p. m. para encontrarse con otro montón .
Ojalá que entre esas cosas esté un pueblo diferente, que apoye en las buenas y en las malas, que sepa perder y sepa ganar. Ojalá que entre esas cosas esté un pueblo igual, que sabe que la única forma de salir adelante es trabajando.
Tírense a las calles, sigan la caravana, quédense afónicos gritándole a sus ídolos. Festejen una vez más y aprovechen esta euforia, porque el jueves hay que ir a laborar de nuevo.
La vida sigue. No tiene que seguir por la misma vía. Puede tomarse una inspirada en historias de lucha como la que contará por años esta Selección.