En noviembre del 2001, Jorge Luis Pinto Afanador llegó por primera vez al país con un frondoso bigote, unas cuantas canas, un rostro grave y fama de duro. Tenía, entonces, 48 años de edad.
Mucha agua corrió desde aquella vez, cuando llegó a tomar las riendas de la bicampeona Liga Deportiva Alajuelense, que se le fue a pique a Guilherme Farinha y que Rodrigo Kenton –provisionalmente a cargo– pudo reflotar.
Con Pinto, y Santiago Santos (entonces, su mano derecha), los manudos se recompusieron del todo, ganaron la segunda parte de la temporada y barrieron, literalmente, al Santos en la final de la temporada 2001-2002.
En el banquillo erizo, el colombiano se confirmó como un devoto del orden táctica, del equilibrio en el juego y de una firmeza proverbialmente de hierro, con sus pupilos y con quienes se relacionen con el mundo futbolero.
Un ejemplo: durante su paso por Alajuelense, “muerteó” a un periodista que nunca escondía su fanatismo por la rojinegra..., y actuaba como tal.
Simplemente lo ignoraba, hasta que el comunicador entendió que debía prepararse para hacerle una pregunta, aunque fuese una sola pregunta...
Tampoco le tembló el pulso para llamarle la atención a un zaguero suyo, a pesar de que la delantera del Saprissa se quedó en cero ese día y el punto que sacaron de la Cueva fue vital para la definición del torneo 2002/2003.
Por entonces, a nadie le pasaba por la mente tildarlo de defensivo: era descabellado hacerlo con una Liga que marcó 49 goles en el Apertura y 47 en el Clausura.
Además, para mayor gozo de la feligresía liguista le hizo cuatro goles a Saprissa en el primer clásico de la era de Jorge Vergara.
En aquella oportunidad, reclamó el exceso de atención que la prensa puso en la S, a raíz de la llegada del magnate mexicano a San Juan de Tibás.
Respeto. Los manudos se llevaron ese certamen con suficiencia y conquistaron el inédito tetracampeonato, un hito en la historia eriza.
De tal forma, en temporada y media como encargado del banco manudo, el hombre hizo de “dos, dos”, construyó una leyenda en los pasillos del Alejandro Morera Soto y su nombre quedó instalado como sinónimo de firmeza, carácter y profesionalismo.
Se fue de la Liga porque quiso; porque en la Liga se tardaron y “rizaron el rizo” a la hora de ofrecerle un contrato a su técnico campeón; porque en la Liga, escucharon voces de jugadores que pedían un técnico menos firme.
“A los 50 años, la vida no me la define nadie”, aseguró el día que celebraba el tetracampeonato, cuando tenía la decisión tomada de irse de la Liga, porque los directivos le ofrecieron renovar a la “hora tica”.
Es setiembre del 2013: no hay bigote, sí más canas y aquel hombre de seria expresión hoy sonríe más.
Nadie sabía que aquel día en la vida, en noviembre del 2001, jugaba de pared con el destino.