Tras casi una hora de entrevista, Paulo César Wanchope ya había entrado en confianza: reía con mayor libertad y le entró, sin marchas forzadas al tema del serio desencuentro –por decirlo de una manera suave– con Jorge Luis Pinto, el anterior técnico de la Selección.
Contrario a lo que uno podría pensar, Chope no tiene problemas en abordar ese asunto, que partió al país futbolero en dos y que se destapó en suelo tico, tras la histórica participación tricolor en Brasil 2014.
“Viera que más bien soy yo el que saca el tema.... ¡Sia necio !”, bromeó el estratega acerca de su postura.
La sonrisa amplia se estampó en el rostro de Chope, mientras posaba para las fotos que acompañarían este artículo.
“¿Sabe por qué no tengo problema en hablar de eso? Porque tengo mi conciencia tranquila, porque sé que nunca me alejé de los valores que mi papá (Vicente Wanchope) y mi mamá (Patricia Watson, que en paz descanse) me inculcaron desde pequeño”, sostuvo el espigado entrenador de la Sele , sin perder seguridad en sus palabras, ni perder detalle a las indicaciones del fotógrafo José Díaz.
Era una mañana de marzo de este año pasado y Chope –como en sus tiempos de “9”– tenía reservado alguito más.
“Vea, yo vi agonizar a mi mamá, por el cáncer; eso es muy duro, esas cosas lo marcan a uno. Cosas como esa, le enseñan a uno el valor de la vida; en otras palabras, todo lo demás vale un pito, como un escandalillo de esos.
“Por eso, no tengo problemas en hablar del tema, no tendría problema en saludarlo”, puntualizó .
Le quedaba un remate más, como cuando era el artillero al que los ticos se encomendaban: “Después de la muerte de mi mamá, todo lo demás son episodios de la vida”, sentenció el antiguo goleador de la Tricolor.
Casi un año más tarde de que fuera tachado por Pinto de “enemigo”, asegura que no le guarda rencor.
Tampoco, sostiene, lo sintió en aquel momento, cuando el anterior estratega “prendió el ventilador” y lo dejó como el malo de la película, como “el serruchapisos” de la Sele.
Fue otro el sentimiento que lo invadió, en aquellos días de dimes y diretes, cuando se desató una especie de guerra civil futbolera.
“Yo estaba dolido, sí claro. Es que son muchas las operaciones (en sus rodillas) por las que pasé, son muchos los momentos de sacrificio que uno hace: unos lo valoran y otros no.
“Yo también entiendo el entorno y el ambiente. Lo importante es que siempre tuve el apoyo de la familia”.
Sentencia el punto: “No me iba a quedar callado”..., aunque dice que ya no es tan impulsivo como era antes.
Admite que lo fue con el veterano periodista Gaetano Pandolfo, en una conferencia de prensa en la que este no se encontraba presente, lanzó un insulto, tras haber marcado el gol del triunfo en un juego eliminatorio..., en el que Tano había dicho que Chope no estaba para titular.
“Yo siento que tenía razón, pero no era la forma. Hay formas de decir las cosas y esa no era la correcta. Era una respuesta innecesaria, de un joven impulsivo” , reconoció el director técnico de la Sele , de aquel zipizape.
Pandolfo, por su parte, comentó que Chope nunca aceptó que a él no le agradara su juego. Simplemente, afirma, fue fiel a su estilo.
“Quizá su exitosa trayectoria le dio la razón, pero eso nada tiene que ver con mi apreciación. En todo caso pasó el tiempo, él se consagró como futbolista, yo continúo como periodista y hoy el tema no tiene trascendencia.
“Me considero su amigo y le deseo como técnico la misma suerte que tuvo como futbolista. Punto final”, comentó Tano.
Padre de familia
Desde febrero de este año, Paulo César Wanchope es el entrenador de la Selección.
Hoy está como jefe del banquillo del cuadro que dejó boquiabierto al Planeta Fútbol en Brasil 2014, cuando sobrevivió “el grupo de la muerte” más bravo de un Mundial, desde que el mundo es mundo.
Sabe en lo que se mete, nadie se lo tiene que explicar; él sí lo hace con sus hijos.
“Pamela está más grandecita y ya le dijimos que esto del fútbol es así: si papi pierde será el más malo. El otro (Paulo) todavía está en lo suyo”, apuntó papá Chope.
La niña, cuenta, ya entiende que el trabajo de su padre implica una bola –una parecida a la que aparece en las mejengas de recreo– y ya no se pone (tan) celosa (“con justa razón”) porque la gente le interrumpe el “tiempo con papi”, cuenta Paulo César.
El ámbito familiar es clave para él; lo es desde que era catalagodo como un güiililla tequioso – palabras de su mamá, en el 2006– que tenía su buen récord de ventanas quebradas en el barrio.
“Paulillo es muy inquieto, es tremendo. Creo que salió a mí..., aunque mi papá dice que yo era peor”.
Lo dice con una sonrisa, identificado con el heredero (aunque, tal vez, también pensó en el karma).
Vuelve a ver para atrás y se identifica con la perseverancia (palabra que repitió muchas veces a lo largo de la entrevista) de doña Patricia. Esculca y se refleja con la fuerza para luchar por las cosas de don Vicente (le decían el Huracán cuando jugaba).
Fue en el hogar Wanchope Watson, el sitio en el que Paulo César aprendió a lavar barrer, cocinar; en síntesis, todo lo de la casa.
“Mi mamá me decía que yo tenía que aprender a hacerme todo: ‘Usted no sabe: puede vivir solo, fuera del país’, me decía. Todos nos turnábamos e los oficios”.
Las cosas de la vida: cuando obtuvo una beca estudiantil para estudiar y jugar baloncesto en una secundaria de los Estados Unidos, su mamá no lo quería dejar ir.
Como reza el dicho popular: las mamás son mamás.
Ella tenía miedo del entorno, de las drogas, de las malas influencias, etc...
Sin embargo, se zafó de la marca de los miedos paternos con un argumento tan efectivo como jugada de pared: tenía que confiar en la educación que le había dado.
Chope viajó a los Estados Unidos.
Raza goleadora
En la Copa América del 2001, en Colombia, Wanchope fue bautizado como la Cobra: cinco tantos en el certamen de selecciones más antiguo del mundo, le valieron el santo y seña.
Le marcó un tanto a Uruguay, en una jugada en la que se “apañó” con la defensa celeste (que no se distingue por su guante blanco).
Esa anotación la consiguió con la punta del pie, cuando iba para el suelo..., pero aún tenía una oportunidad: simplemente, la aprovechó. Le llaman instinto de goleador.
Viene a cuento lo anterior, porque se puede trazar un paralelismo con la manera cómo obtuvo su beca en la secundaria: “cazó” el chance que le quedó.
“Creo que en la vida uno tiene que reconocer las oportunidades: a veces le pasan a uno por el frente y se ‘hace el loco’.
“Por ejemplo, yo acababa de terminar un entrenamiento y me dí cuenta que había una beca para un basquetbolista..., pero también escuché que las calificaciones no le daban.
“Yo me avispé y solicité la beca para mí. Aunque mi mamá no estaba de acuerdo, la pude convencer”. El instinto de goleador no siempre aparece en una cancha de fútbol.
Así, un Chope de 16 años, puso rumbo a la tierra del Tío Sam.
No había manera de saberlo en ese momento; pero ese viaje sería el yunque en el que se forjaría el carácter del hombre que llegaría a marcar 47 goles en 73 encuentros clase A con la Selección Nacional.
Días del futuro
“El baloncesto me preparó para lo que soy hoy en día. Me fui a los 16 años, viví momentos difíciles y uno está lejos de la familia, del entorno en el que uno se siente cómodo. Tuve que superar diferentes ”, recuerda Chope de aquellos tiempos de high-school estadounidense.
“Cuando pasaron los años y me fui a Inglaterra –a jugar con el Derby County de la Liga Premier– no me iba a sentir menos que nadie, iba sin complejos, no tuve problemas de adaptación”, agrega.
¿Cómo? ¿Fútbol? Sí, cuando regresó graduado de secundaria, cuando todo apuntaba a seguir en el baloncesto (de verdad, tenía habilidades), reapareció en su vida el deporte más popular del mundo.
“Pasé a saludar a los amigos de Heredia. Faltaba gente para un entrenamiento, me dieron unos tacos metí tres goles y llamé la atención. El técnico era Carlos Miloc y le contaron la historia de que yo había estado en las ligas menores de Heredia.
“Armando Rodríguez, que estaba en la Sub-20, ya clasificada al Mundial de Catar (1995), me dijo que fuera a hacer una prueba y desde ahí me quedé con el fútbol”.
Sin embargo, en sus inicios en la Primera, agarró fama de conflictivo, de rebelde, de jugador violento.
Empezando no más su an dar en el balompié, el entrenador Juan Luis Hernández Fuertes le solicitó a la directiva florense que lo declararan transferible. Los directores aceptaron la petición.
“Es que acá confundían mi forma de decir las cosas; tampoco entendían que mi forma de competir era intensa, no violenta...
“Vea lo que son las cosas, cuando recomendaron para ir a Inglaterra fue por mi manera de competir, porque nunca daba una pelota por perdida”, apunta.
A la vuelta de 20 años de aquellas ida y venida con el club de sus amores, Chope no siente que tenga algo de qué arrepentirse de lo que hizo entonces.
“A la edad que tenía creo que lo mejor que podían haber hecho conmigo era hablarme y decirme ‘vea Paulo usted tiene potencial, tiene que tener cuidado con esto, con lo otro..., lo que sea pero no simplemente dejarme transferible.
“Eso me ayuda a entender a unos muchachos y a intentar hacer todo lo posible antes de tomar una decisión radical. ¡Imagínese que no hubiese tenido esa fortaleza mental un resentido y decir que ya no vuelvo ahí. Lo que me hubiese perdido o dejado de disfrutar con el fútbol”, comenta, echando para su saco ahora que es técnico.
Alexandre Guimaraes tomó las riendas del Team para la campaña 1995-1996 y pidió el regreso de Wanchope.
“Para mí bastó que el entrenador me quería”.
La junta directiva del Herediano aceptó la petición del técnico y, desde entonces, habemus Chope.
Como arrieros somos y en el camino andamos, Juan Luis Hernández estaba en el banquillo de la Sele , cuando Chope marcó el 3-3 en el estadio Azteca ante México, en noviembre de 1997, el primer camanance que se le hizo al mito de imbatibilidad del Tri en el Coloso de Santa Úrsula.
Alexandre Guimaraes, por su parte, era el responsable del banco tricolor en la histórica eliminatoria del 2001, que incluyó el histórico Aztecazo del 17 de junio de aquel año.
Como el fútbol tiene esas cosas, Paulo César Wanchope terminó en la banca ese duelo histórico, porque Guimaraes lo sacó de cambio cuando el juego estaba 1-0 en contra. No iba contento y recriminó el cambio. Cuando vino la remontada, eufórico, le gritó a Guima: ¡Qué buenos cambios, profe!
A través del espejo
“Todavía tengo pasión por el deporte, por el fútbol, y esa pasión ha sido el soporte de mi vida. Por medio del deporte aprendí a perseverar, a respetar diferentes opiniones, a convivir con diferentes culturas”.
Siente que por la disciplina que le dio ese estilo de vida, pudo haber encajado en cualquier otra actividad.
“Uno en el deporte aprende a respetar, a ser solidario, a no bajar la cabeza. Si no nubiera seguido en el deporte para mí habría sido sencillo adaptarme a una empresa, a las normas”, expresa un Paulo César que lee biografías de grandes líderes –buenos y malos– porque de todos se aprende.
Aunque dice que es menos impulsivo, no ha perdido la impaciencia porque quiere todo para ya; acostumbrado a los viajes y a vivir fuera, cuando regresa al país hay una llamada fija –a su esposa Brenda o a papá Vicente– para que le alisten el arroz y los frijoles..., y un aguacate.
Gusta de vestir bien. “Desgraciadamente todo entra por la vista, aunque lo importante sea lo que la persona piense. Ya aprendí a escoger la ropa. Mi esposa me entrenó bien”, comenta con una buena risa.
¿Por dónde va el menor de los Wanchope? Por acá: “En la vida uno para vivir tranquilo tiene que tener la conciencia tranquila. Quiero que mis jugadores tengan muy presente que la vida gire alrededor de los valores, de la tranquilidad de ir a la calle y de que uno puede soportar cualquier escándalo (se refiere al asunto de Pinto, la entrevista fue en marzo) si lo que hizo fue honesto”.
Casi 30 años atrás, un técnico de Saprissa, Raúl Bentancor, decía que él deseaba que su legado fuera hacerle entender a sus jugadores que en el fútbol todo se gana “pesito a pesito”.
“A uno lo ven bien vestido, con su carrito y con algunas cosas bonitas, materiales. Eso es material, eso no hace a las personas. La esencia que tengo, pocos la conocen. Conocen al de los goles, al de saco y corbata, no lo de adentro”. Bola al centro.