La venganza es un plato que se sirve frío porque hay que esperar el momento justo para consumirlo.
La Sele esperó cinco años para cobrarle a Uruguay el dolor de una eliminación de un Mundial. Y lo hizo de la mejor forma: humillándola.
La misma camiseta celeste que cinco años atrás se aprovechó de las bondades de la Tricolor, quedó desteñida en su máxima expresión porque se enfrentó a un equipo patrio que le jugó con garra, disciplina, talento y sobre todo con orgullo.
La escuadra tica no se arrugó ante la astucia de Lugano, el nombre de Forlán, la pólvora (mojada) de Cavani y las mordidas de Arévalo Ríos en la cintura.
Todo lo contrario. No le tuvo miedo a su rival, lo arrinconó y le apagó las luces con [[BEGIN:INLINEREF LNCVID20150612_0011]]tres certeros golpes[[END:INLINEREF]] que pusieron al estadio a corear "Costa Rica, Costa Rica".
Esta vez las estrellas no fueron los uruguayos porque Campbell, Navas, Ureña, Gamboa, Celso, Bolaños y compañía obligaron a que los reflectores los iluminaran a ellos y no a los otros.
Esta vez tampoco fue el Maestro Tabárez quien dio una lección de futbol, sino Jorge Luis Pinto, quien con sus movidas hizo de Uruguay un tigre de papel.
El timonel preparó el partido de tal forma que ni con la desventaja en el primer tiempo la Mayor perdió la fe de lograr una hazaña.
Más bien se envalentonó, creyó en lo imposible al punto de que necesitó solo tres minutos para voltear el marcador y desnudar a una parte baja que en táctica fija suele ser impasable.
Luego hizo lo que quiso en el campo, metió un tercer gol y dejó con diez a su contrincante.
En síntesis, la Sele puso el Mundial de cabeza, obligó a que todos la volvieran a ver y aplicó aquella frase de que cuando más grande es el oponente más dura es su caída. Y lo más importante, cobró de forma soberbia su venganza.
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