San Isidro de Coronado. Cuando el boxeador David Medallita Jiménez estaba “chiquillo”, como él mismo dice, solo tenía una forma de conseguir lo que quería: la pulseaba bonito, buscaba alguna “chambita” y se ganaba algún dinero.
Así compraba sus recordadas botellitas de refresco o cualquier otra golosina en la pulpería del barrio y de paso aprovechaba para ofrecer sus servicios a los dueños.
“Yo iba y le preguntaba a la dueña de la pulpería si le ayudaba a pegar precios o acomodar productos para ganarme una plata o en la carnicería, preguntaba si había algo que hacer”, explica Jiménez.
Medallita cuelga hoy en su cuello, una medalla de bronce lograda en el Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado, hecho histórico para el deporte de los guantes del país, un hecho inmemorable para él y su familia, que tantos sacrificios ha hecho para mantener su carrera.
Pegada de campeón. David se crió en el Proyecto Manuel de Jesús Jiménez en Cartago, aunque más tarde pasó a ser vecino de Barrio Asís.
La ‘loquera’ del boxeo le entró a los escasos 11 años, cuando su hermano Andrey lo llevó al Polideportivo de la Vieja Metrópoli a entrenar; no obstante, su hermano mayor no aguantó los golpes y la disciplina que se requería.
Pese a que nunca en su vida se ha peleado con alguien fuera de un ring , el espíritu pulseador y su valentía le fueron abriendo el camino entre los pugilistas brumosos.
Medallita sabía que la llave para una mejor vida para él y su familia estaba arriba del cuadrilatero, al igual que hicieron muchos de sus ídolos como Óscar de la Hoya.
“Siempre lo vi como un recurso para poder transportarme a una mejor vida, más saludable y obtener grandes cosas. El boxeo me ha dado privilegios de comer comidas que no conocía y viajar a lugares inimaginables”, afirma en tono emocionado el joven de 21 años.
Panteón y mercado. Costear los implementos deportivos, más los gastos de seguir estudiando, obligó que Medallita abandonara los estudios y saliera a buscar trabajo.
Durante toda su adolescencia trabajó ayudando en el tramo de don Luis (no recordar su apellido, por más que intentó) en el Mercado Central de Cartago, incluso aún le ayuda con frutas para él, su esposa y toda su familia.
Antes trabajó cogiendo café en las zonas de la Lima y Tobosi de Cartago, pero le pagaban muy mal por lo que abandonó el empleo.
“De ahí me fui donde mi tío a trabajar en el cementerio, limpiaba las fosas, le ayudaba a hacer los jardines, ¡diay! Yo siempre he sido un carajo muy pellizcado y toda mi vida he buscado como sobresalir”.
Esas ganas de sobresalir han sido su principal arma, que hoy junto a su esposa Daniela Cubillo y su familia afirma que vive la vida plena, esa que siempre pulseó.