Graham Greene escribió que existe un momento en la niñez en el que uno abre una puerta y deja entrar el futuro.
Yo lo hice una ya muy lejana madrugada de diciembre cuando me levanté junto a mi papá, apasionado sin límite de suma del boxeo, para oir la pelea de Álvaro Rojas ante Agallas Ishimatsu, por el título mundial de las 135 libras.
No tuvo un final feliz esa pelea, pero casi: un golpe de suerte acabó con la vertical del costarricense en el asalto 14.
Bryan Vásquez abrió la suya también cuando era un niño y ese es el combustible que hoy lo tiene acá. Como si fuese la película Babel, dos historias convergen en Japón con un objetivo tan añejo como renovado: un campeonato mundial de boxeo masculino.
Este es un viaje de casi 11.000 kilómetros a una tierra que la mayoría no piensa ver jamás y que se antoja lejana y distante, como la inmensidad de esta urbe.
Aficionado al boxeo, una de las herencias de mi padre, hoy tengo el honor de escribir para ustedes desde la Tierra del Sol Naciente. Tiquito, quien encontró en el pugilismo su sitio en el planeta, hoy tiene la responsabilidad de representar al país. Son casi 11.000 kilómetros de viaje que, para los dos, empezó mucho tiempo atrás.