San Pablo, Heredia. “Porque me siento útil”, fue su expresión, corta, pero demoledora, cuando explicó el por qué de volver a entrenar.
13 vueltas a la pista del polideportivo de Santo Domingo, la mejor de ellas de 2:17 minutos, dejaron patente que en Ernesto Lobito Fonseca, el hombre que hoy vive en silla de ruedas a causa de una cuadraplejía, sigue fluyendo la sangre del que aún es considerado uno de los mejores pilotos que corrió en el supercross estadounidense.
Tenerlo cerca, siempre animado y alegre, baña de optimismo y de pronto pilla a cualquiera sintiéndose con más discapacidades mentales que las físicas que él tiene.
Lobito, conocido así por el apellido de su padrastro, se levanta cada mañana con la consigna de seguir marcando la pauta en una existencia que tuvo que reinventar el 7 de marzo del 2006, cuando un accidente mientras entrenaba le quitó de tajo todo lo que había soñado.
Carros del año, contratos millonarios, fanáticos a su alrededor cada fin de semana, viajes para probar las motos prototipo, casas lujosas y un matrimonio incipiente eran solo algunos de los ingredientes de su vida anterior, aquella que se desmoronó cuando las cervicales C5, C6 y C7 sufrieron daños.
Los pronósticos nunca fueron favorables, mas él hizo caso omiso y ahora, con un batido natural, una tostada y banano, sale a hacer frente a sus duros entrenamientos.
Sea carrera o bicicleta, las que practica en sillas especiales, o natación, Fonseca no se permite arrancar el día sin antes sudar un rato.
“El ejercicio me ayuda mucho, después de ocho años del accidente a uno la silla se le olvida, uno se acostumbra, las cosas difíciles pasaron, ahora tengo un rumbo”, comentó Fonseca el martes anterior.
Debido a que su discapacidad le impide no tener movimiento de los pezones para abajo, incluyendo el torso y casi al 100 % los dedos de las manos, Lobito se apoya desde hace tres años en Annia Zelaya.
Esta señora nicaragüense, de poco hablar y mucho hacer, se gana la vida fungiendo como las manos, los pies y hasta la asistente cuando de tomar tiempos se trata.
Sentada en la silla de ruedas mientras Ernesto da vueltas a la pista del polideportivo en la “bici” con que practica carrera, Annia sigue al pie de la letra las instrucciones de quien no permite fallos en los ‘entrenos’, pues, para cualquier atleta, cada segundo cuenta.
Sean dos horas de bici, 30 minutos de carrera o 1.000 metros de natación, Fonseca los cumple con el mismo escrúpulo de cuando era piloto, solo que sin la presión de una marca, patrocinadores y un país que siempre lo vio triunfador.
Trabajo. Después de las 10 a. m., recién bañado y luego de la merienda, Fonseca invierte su tiempo en enviar correos o visitar a los clientes que atiende para la marca de uniformes de motocross Troy Lee Desings, de la que fue piloto y a la que representa en Centroamérica.
Su pasado le ha permitido ser rostro de marcas como Oakley, que sacó una edición de lentes Ernesto Fonseca, Troy Lee y Answer.
“Soy bastante activo, hubo etapas en las que no estaba tan ocupado, pero era peor; hay a quienes les gusta llevar todo pura vida”.
Al caer la noche, si juega Herediano, Lobito se va a la estadio, si no, descansa para repetir al día siguiente su guión: el de luchador.