En el ranking histórico de la Copa Oro, Costa Rica está mal. No solo porque nunca la ganó, sino porque cinco selecciones del área le superan. Ha sido una copa desteñida en ese trajín bianual por canchas gringas y mexicanas.
Muchos atribuyen a esa situación, jugar casi siempre en Estados Unidos y a veces en México, el que ambos países sean los máximos ganadores. Pero es una verdad a medias: Canadá venció en el 2000 en tierras de su “Tío Sam” y obtuvo dos terceros lugares, lo cual la pone también por delante de nosotros.
Panamá, por su parte, es el equipo que más ha avanzado en las últimas ediciones. Pasó de ser una “Cenicienta con tacos” a una seria aspirante a calzarse la bota dorada: de los cinco torneos más recientes disputó el trofeo en dos (perdió ambas pero uno en penales) y en otra fue tercera.
Honduras también nos supera. Cayó en la primera Copa contra Estados Unidos, desde los once pasos, y en las últimas cinco versiones conquistó dos terceros lugares y fue cuarto en otro par de torneos.
Apenas tenemos un subcampeonato, hace 13 años, además de un tercer puesto y la cuarta ubicación en tres ocasiones. Incluso a los mundialistas de Italia 90 no les alcanzó más que para jugar y perder la medalla de bronce.
Pero eso no debe ser excusa para no aspirar esta vez a ganarla. La mejor generación de futbolistas de la historia, la más fogueada, la de mayor roce internacional y la más laureada, después de ese increíble octavo lugar y un Mundial invicto y matando a todos los gigantes que se topó en Brasil, no puede esconderse en los antecedentes, en fantasmas, en las ausencias, ni en ese mediocre expediente en la Copa.
Al menos está obligada a jugar y convencer. Después del Mundial Costa Rica nunca será la misma. Antes vivíamos en un Mundo de utopías, de sueños, apenas arañados por aquel pase a octavos de final en Italia. Ahora sabemos que hay clase, calidad y temperamento para romper las barreras de lo que creíamos imposible.
Esta Copa Oro es el primer gran reto para saber si habrá que esperar otros 25 años, otra Nevada, o la llegada de un nuevo Quijote vestido de técnico, para revivir otro sueño, o si seremos capaces de mantenernos soñando y pasearnos por el Mundo con la etiqueta de un gran equipo de futbol.
Es hora de pasar del “Sí se Puede” al “Sí se debe”.