Aquella barra de carajillos llegó, como solía hacerlo, a la plaza de fútbol de San Pedro de Montes de Oca el domingo por la tarde para jugar la habitual mejenga semanal.
De inmediato hicieron la consabida rifa del “piedra, papel, tijera, un, dos, tres” para conformar los equipos. Fiel a la rutina, los mejores futbolistas fueron seleccionados de primero; luego los regulares y, por último, los malitos.
Todo estaba listo para que arrancara el partido en aquella cancha con más macollas y tierra que zacate, cuando un Mercedez Benz verde, último modelo, apareció en escena.
El chofer lo estacionó exactamente detrás del marco sur, ese que colinda con la escuela Franklin D. Roosevelt, se bajó del vehículo, cerró la puerta, miró a los mejengueros y dijo: “¡Pobrecitos ustedes si me golpean el carro con la bola; les hago cobrada la reparación, ¡limpios!”.
--Pero señor —intervino uno de los jugadores—, ¿por qué no parquea el carro en otro lugar? ¿No ve que lo está dejando detrás del marco donde de fijo se lo vamos a golpear sin mala intención? Esta es una plaza para fútbol.
--¡Yo estaciono donde me da la gana! Usted no me va a decir dónde tengo que dejar el carro. Quedan advertidos: me lo pagan. ¡Punto!
Uno de los carajillos, evidentemente molesto por la actitud del señor, pidió la bola, la colocó sobre el punto de penal, tomó distancia, corrió y pateó la redonda con todas sus fuerzas. Un riflazo, un objeto blanco que voló a poco más de una cuarta de altura y se estrelló contra la puerta del conductor del Mercedes Benz. ¡Camanance a la vista!
El hombre, de unos 55 años, no lo pensó dos veces para meterse en la plaza a tratar de apoderarse del balón. ¡En ese preciso instante empezó la fiesta! El partido, que iba a ser de ocho contra ocho, fue de dieciséis contra uno; sí, todos los futbolistas contra el chofer, bailándolo, burlándolo con jugadas de pared, pasándole la bola entre las piernas, haciéndole el sombrerito.
¿Adivine quiénes ganaron? No hubo necesidad de jugar tiempos extra ni de irse a tanda de penales; la contienda no duró ni siquiera un primer tiempo. En cuestión de pocos minutos aquel individuo acabó sudado y fundido. Sin decir nada, subió al carro y se marchó con el peso de aquel marcador de un camanance a cero.