Óscar Ramírez llega a una rueda de prensa con un rostro jovial. Saluda a los periodistas por nombre y pregunta por la identidad de los que desconoce. Tira uno o dos chistes y se sienta para iniciar su tarea.
Se prenden las cámaras, se colocan las grabadoras y el hombre cambia. El semblante se endurece, el verbo se agría... Una cara más seria y dura se asoma. Las respuestas cortas para los nuevos reporteros, largas y más concretas para quienes ya se ganaron su confianza.
Lo mismo en la cancha y en cada escenario de su vida: una cosa es el señor simple y alegre, otra el entrenador serio, metódico, rígido.
A Machillo se le conoce como un entrenador serio y disciplinado, pero por encima están los valores que reinan en su forma de ver la vida y el fútbol, aquellos en los que un apretón de mano vale más que un documento legal y la confianza es un bien preciado, cuesta ganarla y se pierde con facilidad.
A un jugador le puede tomar meses y hasta años ganarse su confianza. Cuando lo logra, su palabra vale más que un examen médico o un buen momento futbolístico. El pupilo que hoy calienta la banca mañana puede ser titular en la final y el líder indiscutible puede perder su credibilidad en un santiamén.
Óscar no es de esos jefes que pasan midiendo la vida personal de sus dirigidos cual padre celoso. No, cada quien conoce las normas, los valores y las consecuencias.
Valores que también han mostrado su expresión en los famosos ases que el Machillo, como un mago, saca en partidos decisivos. Más no es magia ni ilusión, es la seguridad que da el trabajo metódico.
Creer para construir. Con esos códigos se alimenta la disciplina táctica de un estratega que cambia el sistema como cambiarse las medias pero no negocia la claridad de su filosofía. Siempre intensidad, control del balón y el amarrar/dominar al rival antes de atacarlo.
La convicción es una poderosa arma en el deporte y en manos de Ramírez se convierte en verdad. Certeza de que lo que se plasma en la pizarra es la ruta del triunfo.
Se traduce en un arte de fútbol que trata de destruir primero para construir después. Una idea, escuela o sentimiento, llámelo como quiera pero hay que reconocer sus méritos: conquistó cuatro títulos y busca el quinto. Hazaña que ni el Indio Buroy consiguió en la Liga.
Sencillo, de secretos y raíces. Ramírez ubicó su morada en Belén, al lado de la casa en la que creció.
Ese Belén donde regresó después de sus gloriosos pasos por Alajuelense y Saprissa.
A la afición manuda le rompió el corazón en 1993, cuando se puso la casaca morada. Una dura decisión cuyo motivo hoy, 20 años después, sigue sin revelar. Hubo un supuesto pleito y otros rumores pero la verdad, fiel a sus códigos, Machillo nunca la ha dado a conocer.
Así mismo se marchó a inicios de año. Al regreso justificó un poco la abrupta decisión, empero sigue sin contar cuál fue la situación que botó el tapón e hizo que él se alejara en un halo de hermético silencio.
De su vida familiar se sabe poco, es algo que siempre ha querido proteger. De vez en cuando cuenta que uno de sus hijos quiere ser futbolista, que la otra quería estudiar medicina o que la “doña” se pegó un día “alguillo” en la lotería.
Hombre sencillo que ahora se vio forzado a usar el peine y el saco como parte de sus responsabilidades al representar a una institución manuda que procura modernidad.
Hombre sencillo, obstinado, reservado, concreto, bromista... El complicado estratega y el analítico por excelencia. Todos conviven en una cabeza cuyas máximas son los códigos de honor y trabajo que siempre predica. Colaboró el periodista David Goldberg.