Por eso, en vez de buscar un lugar dónde ver por televisión el primer partido de la final del Verano entre la Liga y Herediano, hizo lo que hace cada noche: recorrer a pie la ciudad en busca de clientes para los libros de segunda mano que carga en una mochila.
En ese bulto hay espacio también para monedas y billetes que ya no circulan en el país. “¿Saben de alguien que los coleccione? Si saben me avisan por favor para ir a venderle”, pregunta de esquina en esquina, parada en parada, barra en barra y mesa en mesa durante sus andaduras nocturnas.
No obstante, su mercancía principal son los libros usados. El lunes 9 de mayo ofrecía algunas obras de García Márquez, Gibran Kahlil Gibran, Ernest Hemingway y Chinto Pinto , del costarricense Joaquín Gutiérrez.
Esta última publicación era la que más promocionaba: “Es de colección, es de colección”, decía a ritmo de metralla. Sí, porque en vez de hablar, dispara palabras, una tras otra a toda velocidad, sin una pausa para respirar, sin un intervalo para que sus posibles compradores separen uno por uno y organicen de manera coherente la estampida de vocablos.
–¿Cuánto vale Chinto Pinto ? –pregunta un interesado que seguía de reojo las incidencias de la final en la pantalla de un bar.
–Hace un rato me ofrecieron ¢6.000. ¡Están locos! ¿No ve que es de colección? Por ser usted, se lo dejo en ¢6.500.
–No, muchas gracias. Por ahora no– respondió aquel individuo consciente del valor del libro, pero nada convencido de que se tratara de una pieza de colección.
–Bueno, solo para que usted se lo deje y me ayude a ganarme alguito, se lo dejo en...
¡Trato hecho! Pudo más la solidaridad que el mercado.
Esa noche, los heredianos celebraron un triunfo parcial; el vendedor de libros, el hecho de volver a casa con un gol de ¢5.000.