Somos fiebres. Nos gusta el fútbol para describir cómo los estrategas ubican sus piezas sobre la gramilla y, en la transición del pizarrón al césped, el planeamiento deriva en fervor táctico, como ocurrió ayer.
Al inicio, Carlos Watson, director técnico del Uruguay, dispuso una doble línea entre la zaga y el mediocampo que maniató al Saprissa a lo largo de 30 minutos.
No solo anotó temprano (2’); también revertió el infortunio de un penal que cometió Rudy Dawson a Diego Madrigal, al 14’, luego de que la ejecución de Luis Diego Cordero erró en el paral izquierdo.
Sin embargo, entre el último cuarto de hora del primer capítulo y el complemento, Ronald González, timonel saprissista, descifró el pressing aurinegro, reactivó el toma y dame y llenó las redes del afanoso pero inexperto arquero Anthony Velásquez. 4 a 1, inapelable.
Tocar con buen criterio la pelota es una virtud que este Saprissa anhela en función de su identidad. Al menos, así lo intentó ayer.
Para ello, González contó con Diego Estrada, arquitecto; con la jerarquía de Manfred Russell, la dinámica que imprimió Diego Madrigal mientras estuvo en el campo (salió por lesión al 42’), el buen hacer de David Ramírez y el pulmón de Luis Diego Cordero. En la segunda fase, con Mynor Escoe y Deyver Vega, Saprissa completó su faena.
A Carlos Watson el planteamiento se le desdibujó de arranque, al prescindir por un imprevisto de Marvin Angulo (se lesionó en el calentamiento) y recurrir a Johan Condega desde el arranque.
A Condega lo tenía reservado previendo el agotamiento. No obstante, en un buen tramo del primer período, una doble línea de contención maniataba al Saprissa, además de que la ventaja tempranera le daba cierto aire al anfitrión.
Por eso el empate parcial con que finalizó el primer tiempo era un buen ejemplo del equilibrio.
La balanza se inclinó después. Saprissa aumentó con el golazo de Diego Estrada, el penal de Russell y el olímpico de Deyver Vega (89’).
Somos fiebres. Nos gusta el fútbol. Para desglosar con palabras la dimensión de una estrategia. Y el fervor que destila el juego.