Randall Brenes creció entre canchas de fútbol y plantaciones de café, en un hogar humilde en la Pitahaya de Cartago.
A pesar de las adversidades, el pequeño marcó su norte desde el principio, sabía que lo suyo era jugarse la vida en una cancha.
No podía ser de otra manera, Randall quería heredar todo lo bueno y lo malo de la bruma, desde el eco de las melodías del ballet azul hasta los terremotos que causaba Miguel Calvo en el área rival.
Su madre, Maribell Moya, recuerda con orgullo la niñez de su hijo mayor de cabello rizado, que tuvo que asumir el papel del hombre de la casa desde siempre.
“Es un buen hijo, muy centrado en lo que quería. Pasaba jugando fútbol, nada podía hacer que ignorara la pelota. Hoy, está cerca de cumplir su sueño”, destacó con orgullo Moya.
Chiqui más de una vez tuvo que ir a recoger café para poder ayudar en su casa y los tacos los recibía de las Ligas menores del Cartaginés.
Fue la determinación del Chiqui lo que marcó la diferencia, de eso da fe su mejor amigo de la infancia, Luis Roberto Navarro.
“Randall supo aprovechar las oportunidades que se le presentaron en la vida, a pesar de que le costó mucho, siempre con humildad y buena actitud salió adelante”, destacó Navarro con alegría.
El amigo del brumoso, apuntó que cuando Randall llegó a las menores del Cartaginés se bailó al resto de niños, con esa magia que solo se aprende en los potreros de Cartago.
La maestra del colegio San Luis Gonzaga, Rita Ramírez, se acuerda del Chiqui como un joven callado, casi taciturno, que siempre llegaba sudado a las aulas después de los recreos y que solía pedir que le cambiaran la fecha de los exámenes.
“Yo le decía a Randall que el problema de él era la pelota, que dejara el fútbol y se dedicara a los estudios..., por dicha no me hizo caso”, recordó Ramírez con nostalgia.
A Randall lo describen un hombre seguro de sí mismo, pero que solo dice lo necesario; alguien llevadero, pero muy reservado con sus amistades.
“Me acuerdo una vez que estábamos en los juveniles de Cartago un primero de sgosto. Jugábamos la final contra Saprissa en Tibás, la cual perdimos, pero tras el partido nos fuimos hacer la romería, pero solo llegamos hasta Plaza del Sol” dijo Navarro.
En su juventud, Randall consiguió trabajo en una fotocopiadora, mientras esperaba que lo subieran al primer equipo.
El debut llegó a los 19 años, la Selección Nacional y el viaje a Noruega para ser legionario.
Arrebato de amor. Hay gente que dice que el amor de joven es el más puro, así lo pensó Randall cuando le propuso a Giselle Quesada que dejara todo atrás y se fuera con él a Noruega.
Guis no tuvo que pensarlo mucho para dejar su trabajo como recepcionista y tomar el avión a tierras Escandinavas.
“Solo teníamos un mes de ser novios, y él me dejó un ramo de rosas con un tiquete. En Noruega nos terminamos de enamorar, fue una de esas decisiones que solo se toman cuando uno tiene 20 años y está muy enamorado”, recuerda Guis con alegría.
Quesada confesó que antes de irse para Noruega, Randall le había pedido que llevara un poco de comida criolla y 100 películas, porque todo allá estaba en otro idioma.
“Nos enamoramos en la soledad, solo estábamos él y yo, fue ahí que empezamos a conocernos”, destacó entre risas Quesada.
En Noruega en la tibia intimidad de su apartamento, Randall le prometió a ella y al destino que iba a participar en un mundial y que iba a ser campeón con Cartago... ya cumple la primera.