“Bienvenidos al frío de Coronado”, así recibe Pablo Herrera a los invitados en la tierra que es su hogar.
Una morada a la que el pequeño futbolista regresó como el hijo pródigo. No se portó mal ni dilapidó su herencia, como la parábola de la Biblia, mas si vivió de una aventura europea que empezó como una maravilla y terminó en pesadilla.
Ahora Pablo vuelve a sonreír, a “sentirse futbolista” y a ilusionarse con su futuro. Al igual que el personaje bíblico, Herrera tiene una nueva vida que ahora valora más.
El calvario se inició en agosto del 2010 cuando el jugador recibió un golpe en la rodilla izquierda.
Fue sin gracia. Pablo cuenta que esquivó a un compañero y este lo pateó, sin culpa, en la rodilla. De momento, el dolor no fue tanto como para dejar el entrenamiento, pero evolucionaría en la prueba más exigente de su vida.
“No daban con la lesión, me hacían pruebas a cada rato y me sentía como un experimento”, recuerda con unas lágrimas que se quieren escapar de sus ojos cuando piensa en aquellos malos tiempos.
El 2011 fue de infierno. Solo un partido jugó con el Aalesund.
Finalmente, desesperado por la ansiedad de no encontrar cura, Pablo aceptó finiquitar su contrato.
“Ellos hicieron lo posible pero los médicos en Noruega no dieron con la lesión nunca. Incluso fui, con ayuda de un abogado de de la Asojupro, a que me evaluaran médicos del Real Madrid”, explicó.
La patada que recibió Pablo rompió una pequeña parte del fémur, en la parte que conecta con la rótula. Sin embargo, era difícil de ver en la radiografías y nadie le daba un diagnóstico claro.
Volvió a Costa Rica abandonado por el futbol.
Los ortopedistas, médicos, pruebas y la rehabilitación corrieron por cuenta propia.
“Al fin Celso (Borges) me dijo que fuera con el ortopedista Jaime Ulloa, que lo había ayudado a él. Lo visité y me convenció, me dio la confianza que no encontraba después de tanta cosa”, detalló.
La operación la realizó Ulloa en marzo y fue un éxito.
La luz al final del túnel. Corregir el daño apenas era la mitad del camino, faltaba la larga rehabilitación.
“Mucha gente me tendió la mano. Mi tío que es el alcalde de Coronado (Leonardo Herrera) me consiguió ayuda en la clínica de rehabilitación y ahí me puse a trabajar para recuperar masa muscular”, dijo.
A mediados de año, andando en muletas, Pablo asistió a ver un partido de futbol del Uruguay de Coronado, una de sus grandes pasiones. Allí el destino le haría otro guiño.
Paulo César Wanchope, administrador del club, lo vio y se le acercó a hablar.
Le ofreció entrenarse con el equipo para terminar ahí su puesta en línea para jugar.
“Paulo fue jugador, también tuvo muchos problemas con las rodillas y sabe lo que uno pasa.
“La ayuda que me ofreció me sirvió de mucho. En el Uruguay pude volver a tocar bola de poco a poco, me acompañó el fisioterapeuta y en los entrenamientos me pude volver a sentir como un futbolista. Me volvió la alegría”, contó Pablo.
En setiembre volvió a las canchas. Lo hizo como delantero, una posición que no practicaba desde ligas menores, primero con el Uruguay y después con la Liga.
Volvieron los piques, las marcas, los toques con el balón, los goles: “Volví a ser feliz”.
Ahora la ilusión es lo que le sobra. Herrera quiere colaborar con su experiencia al proyecto de Chope y luego buscar nuevos destinos. Su misión es la revancha.
“Quiero volver a Europa porque no me pude lucir. Quiero demostrarme que puedo y por eso quiero volver a la Selección Nacional y volver a Europa; pero todo es un proceso, paso a paso. Ahora soy feliz en el Uruguay”, cuenta Pablo con un rostro muy distinto al que se le ve cuando recuerda lo de Noruega.