Como dicen usualmente las madres: “tiene estrella”. Y si vamos a manipular esa figura literaria, podríamos decir que el Machillo tiene varias de ellas. Cuatro y contando.
No hace mucho tiempo, el técnico Óscar Ramírez tomó las riendas de la Liga. Hace tan solo dos años y medio, para ser bien precisos.
Eso fue lo que duró para instalarse como uno de los timoneles más exitosos de la historia del conjunto alajuelense, al empatar en número de cetros obtenidos a Salvador Indio Buroy Soto (1949, 1950, 1958 y 1966).
Los cuatro títulos de campeón, el impresionante dominio en las series finales, la vuelta al plano internacional, todo eso abonó para devolverle a los rojinegros el cartel que perdió durante su última sequía.
¡Qué problema para Ramírez!, ya que aunque no existe absolutamente nadie a quien no le guste cosechar éxitos, si hay algunos –como él– a quienes no les agrada para nada la fama que viene con ellos.
Si mantiene el paso, seguirá “complicando” su futuro.
Es que los reflectores y las cámaras no son lo suyo. Lo hacen sentir, en cierta forma, incómodo. Lo hacen verse en desventaja.
Sí lo es la pizarra, lo hace verse estudioso. Es donde mejor comunica lo que quiere. Lo ponen en un terreno en el que se siente ganador. Y ya no le quedan más maneras de probarlo.
Persiste. Ramírez tiene 48 años y una vida entera en el futbol. Y aunque a veces pareciera que no quiere que suceda, con cada minuto que le marca su reloj se sumerge más. Lo dijeron a lo largo de este período en varios medios de comunicación, su familia, su asistente técnico, eterno amigo y confidente Mauricio Montero y hasta algunos de sus jugadores.
Es lo que dicen los que están dentro de su círculo de confianza, que, basándose en su carácter serio y ajeno a las adulaciones, no deben ser tantos.
Así que ahí seguirá el Machillo, firme en contra de los amantes de los carismáticos, ya sean estos falsos o verdaderos. Ahí seguirá callado, introvertido y calculador. Pero principalmente, ahí seguirá exitoso y con estrella. O mejor dicho, en plural, estrellas.