Yo nunca había caminado tan despacio por uno alguno de los corredores de Plaza Lincoln como sí lo hice el viernes pasado por la noche. Me refiero al del tercer piso, ese que corre paralelo a negocios como Vértigo, El Armario, Sapristore, Dell, Dantica y finaliza en Smashburger.
Como suelo hacer, en cuanto salí de las escaleras eléctricas que conducen de la plaza de comidas a ese nivel, comencé a dar pasos apresurados. De repente vi una escena que me obligó a reducir la velocidad.
Eché mano a la lentitud con tal de no perderme ningún detalle de aquel espectáculo que nunca había observado en ese centro comercial: tres adolescentes vestidos con camisetas –uno de ellos con la de Herediano–, pantalones cortos y tenis jugaban al pasa bola con una bomba de inflar color roja.
Se divertían en grande haciendo series, pases de taquito y con la cabeza, parándola con el pecho, “durmiéndola” en la punta de los zapatos, controlándola con las rodillas, dejándola deslizarse por sus espaldas, golpeándola con los hombros y hasta con los glúteos.
El propósito de aquel juego, que se desarrollaba entre clientes cargando paquetes, conserjes limpiando el piso y oficiales de seguridad desplazándose a bordo de vehículos eléctricos de dos llantas, era mantener la bomba en el aire, impedir que tocara el suelo.
En honor a la verdad, esos muchachos demostraron contar con un dominio del balón superior al de muchos jugadores de nuestro torneo de Primera División; en muy pocas ocasiones la “redonda” rozó el piso.
Cada vez que alguno de los jugadores realizaba un esfuerzo extraordinario en pro de evitar que la bomba cayera al suelo, los otros dos jugadores festejaban la maniobra. Aquello era una fiesta tan animada que cuando llegué al final del corredor decidí recorrerlo una vez más de regreso, algo así como los tiempos extra que a veces prolongan los partidos que terminan empatados al cabo de los 90 minutos.
Lo confieso: estuve a punto de intentar sumarme a la diversión pero pudieron más el prejuicio de que ya no estoy para jugar de adolescente, y el temor a despertar arratonado al día siguiente. Aún sí, la pasé muy bien viendo a aquellos tres muchachos apasionados del fútbol, a quienes imaginé Messi, Neymar y Suárez.