Con una cuchara de madera, don Herminio extraía del frasco de vidrio la jalea de guayaba que untaba por onzas en el papel de envolver el pan, que también servía en casa para forrar los cuadernos.
Con su camisa blanca y lentes en la punta de la nariz, el buen hombre y doña Rosa, su mujer, atendían la pulpería La Pascua, 100 metros al este de la iglesia de San Francisco de Guadalupe, adonde los carajillos íbamos por el mandado del pan matutino, la deliciosa jalea y, de feria, confites de mantequilla.
Eran los años 60. Frente a La Pascua vivía Carlos Andrés Pérez, expresidente venezolano, exiliado en Costa Rica. Diariamente lo mirábamos salir hacia su trabajo de periodista en La República . Al costado sur de la iglesia residía Julia Cortés, nieta del expresidente León Cortés. Julita partió muy joven a Francia y se convirtió en la cantante estrella de Los Machucambos . Alta y espigada, la bella intérprete actuaba descalza para no desbalancear la estatura de sus compañeros, Rafael Gayoso y Romano Zanotti. El trío marcó una época de la música latinoamericana en Europa.
Vivíamos frente al potrero, escenario de grandes partidos de fútbol. El León, Águilas Blancas, San Miguel, Ránger, Las Cruzadas y el Otto Quirós, Dinamo de Guadalupe y otros equipos competían en el torneo de distritos. Era emocionante. Los fiebres rodeábamos las líneas de cal y, en el mismo espacio en el que pastaba el ganado, hacíamos volar cometas y papalotes, cuyas colas serpenteaban en la inmensidad.
El primer aparato de televisión del barrio aterrizó, como por encanto, en la casa de doña Tina, la esposa de don Pablo, dueño del aserradero que aún existe a la par de la iglesia. A las 5 p. m., nos apretujábamos en la sala a ver las fábulas de Mickey Mouse, el campesino Alfalfa y las urracas parlanchinas, mientras saboreábamos helados de palito y bananos congelados que vendía doña Tina.
“Sé que a veces miro para atrás, pero es para saber de dónde vengo”, entona Fidel Gamboa, cantautor inmortal. Si usted es joven, atesore el presente, porque forjará su futuro. Y si peina canas, como este servidor, comprenderá por qué, de vez en cuando, alguna lágrima furtiva humedece nuestros recuerdos.