Rafael Renán Murillo Borge era tan, pero tan saprissista, que veía a los jugadores morados como amigos cercanos.
“¡Drummond!, ¿cómo le va? Le presento a mi familia”.
“¡Mincho!, ¿pura vida? Le presento a mi familia”.
Viéndolo tan simpático, con su sonrisa carismática resplandeciendo detrás de su inconfundible bigote, amablemente los futbolistas se aproximaban y lo saludaban, dándole la mano a él y luego, uno por uno, a quienes le acompañaran, ya fuera mi suegrita, alguno de mis cuñados o mi esposa. Incluso, una vez, en un supermercado tibaseño, me presentó a Porritas (aunque yo ya lo conocía, por mi oficio de periodista). Y así sucedía con cuanta figura o exfigura del Monstruo se encontrara.
Cuando lo conocí, resultó ser el suegro menos intimidante del mundo. Hicimos clic automático. Ese mismo día me enseñó su colección de jackets , buzos, camisetas, pantalonetas, llaveros, banderas, banderines, vasos y demás artículos de su querida S , y una que otra “chuchería” de su otro gran amor, el Real Madrid.
Pronto se convirtió en mi compañero de las tardes futboleras dominicales (siempre que no me tocara trabajar). Y era tal su don de gentes que, aunque se jugara un clásico nacional y, al mismo tiempo, se disputase un Cartaginés–Santacruceña, él, sabiéndome brumoso, me decía “veamos el de Cartago, yo oigo el de Saprissa”. Así era de chavalazo.
Una de esas jornadas fue inolvidable. Saprissa perdía 1-2 ante la Liga, en la final del torneo 2006-2007. El segundo gol erizo, obra del Mambo Núñez, fue error de Gabriel Badilla, pero mi suegro dijo, de inmediato: “Este carajo tiene muchos huevos, él mismo va a reparar la torta”.
No le di mucha pelota, pero quedé con la boca abierta al minuto 79, cuando el zaguero empató, y pegué la quijada al suelo cuando volvió a anotar, al 82’... Saprissa campeón. ¡Cómo lo disfrutó mi amigo! ¡Gritó, brincó, lloró, rió, y salió a celebrar!
¡Gracias, Gladiador, por darle esa alegría tan grande al abuelo de mis hijas, por hacerlo tan, tan feliz aquella tarde, y en tantas otras batallas deportivas en las que te entregaste por entero por la causa morada!
De seguro, cuando atravesaste las puertas del cielo, él te recibió, sonriente, como siempre, y rodeado de los seres amados con quienes se reunió hace dos años y medio: “¡Bienvenido, Gabriel! Le presento a mi familia”.