Cada vez que hay jornada de fútbol nacional el Papa de los silbateros se sienta en su trono y desde ahí dicta homilías, lee encíclicas, pontifica con aire angelical y condena a los jueces de la gramilla que no gozan de la gracia de ser puros e inmaculados como supuestamente fue él a la hora de aplicar las reglas.
La verdad, no es tan infalible como aparenta. Yo lo vi arbitrando muchas veces y al igual que sus colegas, cometía errores de apreciación, se equivocaba en algunas decisiones, perjudicaba ocasionalmente a algún equipo.
En efecto, “Su Santidad”, experto en señalar de manera inmisericorde pecados en materia de fueras de juego, penales, saques de banda, colocación de las barreras en los tiros libres, amonestaciones y expulsiones, porteros que juegan con el tiempo, irrespeto de jugadores, tiros de esquina, etcétera, también sucumbió a las tentaciones de la imperfección.
No se crea que cumplió al pie de la letra los Diez Mandamientos del arbitraje perfecto (“No errarás nunca”, por ejemplo), que fue modelo de las Bienaventuranzas del silbato (“Bienaventurados los que tienen siempre el criterio acertado, porque ellos serán como Pierluigi Colina” (brillante exárbitro italiano que también erraba de vez en cuando), salió airoso ante las plagas del orgullo (entre ellas, dictar cátedra, regañar, acusar, criticar más que enseñar o explicar) o nunca cometió un pecado capital (como la gula a la hora de figurar).
Claro, muy fácil arbitrar desde un estudio de televisión, donde se cuenta con tecnología que permite repetir las jugadas polémicas, repasar faltas dudosas en cámara lenta, congelar imágenes para apreciar con claridad lo que cuesta ver cuando se está en la gramilla.
Tengo que admitir que en algunas ocasiones he compartido las opiniones del Papa de los árbitros, pero no soy su fiel seguidor. No suelo admirar o ser discípulo de quienes por lo general se expresan con tono inquisidor y dogmático, máxime cuando en el pasado no fueron modelos de excelencia a imitar. Por ejemplo, en un Mundial Juvenil de Fútbol “Su Santidad” pitó el final de un partido en el minuto 85; los equipos se retiraron a los camerinos y luego tuvieron que volver a jugar los cinco minutos restantes.
Por estas y otras razones no es digno de Reverencia, Loor y Magnificencia.