Como al personaje principal de los créditos cuestionados en relación a la compra de cemento chino, Eduardo Li no tiene amigos desde hace tiempo. Antes era un hombre influyente, envidiado, y posiblemente venerado. Hoy es un fantasma incómodo en la memoria de muchos.
Las iniciales JCB se volvieron una especie de enfermedad contagiosa. Nadie quiere que se le relacione con ellas, y si eso ocurre, aunque hayan compartido el vino y el pan, como Judas modernos, mejor cantan al estilo Patey, sin pelos en la lengua y con memoria de elefante. Así de efímera es esa a la que llaman amistad. Tal y como le pasó al ex presidente de la FEDEFUTBOL.
Don Eduardo Li salía del aeropuerto por el Salón Diplomático, sin más derecho que ser el exitoso empresario y dirigente que puso al futbol tico en el Olimpo. Intimaba con políticos, daba plata para sus campañas, los metía al camerino de la Sele en sus momentos de celebración y se tuteaba de lo lindo con los mejores empresarios del país. “Un tipo con suerte” —dirían algunos—.
No le habían puesto las esposas en Zurich, cuando todos lo borraron del Facebook. Don Eduardo fue despojado de su señorío y pasó a ser simplemente “El Chino”, un hombre sin conocidos, sin amigos, sin compañeros de viaje, sin novia y sin cargos en el futbol local e internacional.
Sin haber ido a juicio, ya no tenía mano derecha ni izquierda. Todos se enojaron con él, pues admitir una pizca de simpatía era renunciar a cualquier aspiración, o exponerse a que dudaran de haberle seguido en los malos pasos. Mejor “enchompiparse”, declarar indignación y traición de aquel que nunca fue amigo, “porque los amigos no ponen en peligro a quienes quieren”. Y así, de la noche a la mañana, el señor de los cielos, el del cemento, el de la FIFA, están solos en este Mundo, despojados de las luces que irradia el dinero, el poder y la fama.
A pocos días de que la Justicia de Estados Unidos decida cuántos años pasará en la cárcel, “El Chino” ya sabe que quienes compartieron su poder, los que subió al avión, los que hicieron negocios juntos, quienes le adularon, le abrieron las puertas en bancos, hoteles, partidos políticos, estadios y fiestas, solo fueron pasajeros falsos en el vuelo frustrado que se estrelló en Zurcich.
Cualquier parecido con el “cementazo” no es casualidad. Afectados por la memoria, nadie recuerda haber sido amigo, confidente, hermano, socio, y menos compinche. Como al viejo general de García Márquez, no hay quien les escriba… En el caso de Li, igual que en el de Bolaños sino llega a salir bien librado, les esperan cien años de soledad.