Escupir a una persona es una acción deleznable, censurable e inadmisible en el deporte y en cualquier actividad del mundo civilizado. Quien así procede debe ser sancionado con rigor y hay que aplicarle el máximo castigo posible.
Aunque indecencias como la que exhibió Erick Marín, jugador de Pérez Zeledón, al escupir a escasos centímetros el rostro del saprissista Daniel Colindres han sucedido aquí y en otros escenarios deportivos en el planeta, la sociedad en su conjunto debe pronunciarse para que semejantes exabruptos sean desterrados. ¡No a la vulgaridad!
Un inútil recurso de defensa como la supuesta humillación que Marín había sufrido en el transcurso del partido entre generaleños y morados, por parte de Colindres, no debería maquillar lo que a todas luces es, simplemente, un acto degradante de la condición humana.
Si el cuerpo arbitral que “dirigió” tal encuentro tiene posibilidad de verificar los insultos de Colindres a Marín, como asegura el generaleño, pues que el morado sea sancionado también. Hay que decir, en beneficio del agresor, que al menos ofreció disculpas públicamente. No obstante, vale recalcar que ni siquiera el juego brusco en que suelen incurrir los futbolistas de la Primera División reviste el nivel de bajeza de un escupitajo. Por vulgar e indecente.
Si bien es responsabilidad exclusiva de los futbolistas profesionales observar un comportamiento ejemplar, en concordancia con los sanos principios del deporte, también es cierto que la crisis de autoridad ha salpicado de vulgaridad y malacrianza a nuestro fútbol. Como lo hemos dicho en varias oportunidades, los árbitros son también responsables del desmadre que se presenta, casi invariablemente, fecha tras fecha en la Primera División.
Es alarmante la falta de personalidad, la falta de autoridad y las actuaciones blandengues de los encargados de impartir justicia en los campos de juego. Sobran los ejemplos en el presente certamen.
No hay derecho. Uno se sienta a disfrutar con el cafecito familiar, alternando la conversación en la mesa con la sintonía de las noticias televisivas y, sin decir agua va, aparece en primer plano la grotesca y asquerosa escena del escupitajo.
Por supuesto, ¡al carajo el desayuno!