Los milagros son como los rayos: nunca caen dos veces en el mismo sitio. El tiempo se consumía en un Fello Meza inmerso en una tensa fiebre azul y el 1-1 con la Liga seguía inalterable.
De San Isidro de El General llegaban las peores noticias: Limón volteaba el marcador y desbancaba al Cartaginés del cuarto lugar.
Estuve en esos dos juegos ante Uruguay y Alajuelense, como un aficionado más, en gradería de sol, cobijado por la ilusión de miles de jóvenes blanquiazules.
Esos seguidores y seguidoras de rostros frescos que coparon el estadio en dos jornadas merecen mi respeto y admiración. Son el recambio generacional, la savia nueva y fresca, el seguro de vida de un equipo que ya completó tres cuarto de siglo en seco.
Me pregunto si aficiones de los equipos grandes del país acudirían en masa a dos partidos en donde su divisa se juega la campaña, con siete décadas y medio de no largar el grito de campeón. Creo que no.
Cartaginés se quedó fuera por un tema estrictamente futbolístico. No medió nada paranormal. El equipo careció de respuestas físicas y eso fue evidente en el segundo tiempo ante la Liga, cuando los pies pesaban y el rival apretaba.
Esta vez no tuvo esa milla extra del juego ante Uruguay. Por eso no hubo victoria agónica aunque aquella jugada de Álvaro Sánchez en el epílogo pintaba para más. Con el pitazo final, la gente estaba triste, pero no desencantada.
El aficionado es inteligente. Sabe que el equipo entregó todo, no se guardó nada. Los llenó la reconversión que el técnico Méndez logró en un onceno tradicionalmente falto de carácter y temple en sus citas con la historia.
Este Cartaginés es la piedra basal que la afición se merece para sustentar su ilusión sobre una apuesta segura. Hay que darle continuidad a César Eduardo, permitirle armar un elenco a la medida de su idea de juego y, sobre todo, resolver los temas administrativos.
Eso es complejo. Técnicamente hay dos directivas, las deudas y la incapacidad para asumirlas empujan a la quiebra, pese a que un par de meses atrás un grupo de empresarios se comprometió a resolverlas a cambio de un nuevo modelo de gestión. Yo cambiaría, también, eso de “Cartaguito”, que envuelve todo lo que hace el equipo en una atmósfera pusilánime y aboliría, además, ese eslogan de “Cartago vive”, que me suena a moribundo y que no está en esa condición un equipo que convoca a miles de jóvenes.