Saprissa rompió anoche con el techo de las semifinales y volvió a meterse en la fiesta de una final, esa cita a la que hace tanto no asistía.
Para conseguirlo el equipo del entrenador Rónald González tuvo que reinventarse, aceptar que la apuesta de la juventud no era suficiente y que al final, como en casi todo en la vida, la experiencia era una garantía de éxito.
Ahí estuvo la gran clave de la dirigencia tibaseña en esta campaña, en meter un puñado de refuerzos con el colmillo necesario para lidiar con la tarea y la obligación.
Carlos Saucedo, Luis Michel, Adolfo Machado, Heiner Mora y Hansell Arauz consiguieron en tiempo récord meterse en la columna vertebral del Monstruo y devolverle parte de esa seguridad perdida hace ya tantas campañas.
A su lado también estuvo Marvin Angulo, un revulsivo que por exceso de piernas González decidió guardarse en el banquillo.
Ellos, más otros consolidados como Manfred Russell o Michael Umaña, llevaron a Saprissa a uno de sus torneos más claros de los últimos años; uno que, a la postre, le permitió cerrar como líder.
Actitud. Aquel paupérrimo debut en casa ante Pérez Zeledón sentó las bases para el Saprissa de todo lo que no debía hacerse en la temporada.
Esa caída, junto a aquel tropiezo ante Cartaginés en la última jornada, fueron los únicos lunares de un equipo que ilusionó a su afición con algunas presentaciones de brillantez y lo preocupó con otras noches de dudas.
El susto en la semifinales ante la aguerrida UCR al final sirvió también de lección a una planilla que se quitó de encima el peso de siete torneos sin alcanzar una serie final.
También lo dejó a 180 minutos del perseguido 30, ese objetivo de ilusión que ahora aguarda como el último juez de un Saprissa que quiere proclamarse campeón.