Porque está jugando un fútbol bello y prolijo, con el despliegue atlético que le es característico, aunado, esta vez, a una disciplina estratégica excepcional, me gustaría ver a Limón campeón. Pese a mi saprissismo militante, sí.
Limón es la cuna de nuestro fútbol: fue ahí donde, en 1871, el General Guardia trajo a Minor Keith para que construyese el Ferrocarril al Atlántico. Sus técnicos e ingenieros —estadounidenses e ingleses— nos inocularon con el divino virus del fútbol. Fue en Limón donde por vez primera se jugó el nuevo deporte. Costa Rica era un grupito de 150.000 personas dispersas entre valles, montañas y sabanas.
En 1895 nuevos ingenieros ingleses vendrían al país para la construcción del tranvía. Sería la segunda gran oleada, la segunda infusión de fútbol de nuestra historia. Junto a su tecnología, los ingleses propagaban su novel “religión” por el mundo entero. Nacido oficialmente el 26 de octubre 1863 en Londres, con la National Football Association, el fútbol llegó al país también por San José: los juegos se celebraban en La Sabana, con sillas plegables a guisa de “estadio” y un boleto de una peseta para todas las “localidades”. Los hijos de los oligarcas cafetaleros, que habían regresado de Europa con el delirio futbolero en sus venas, oficiaban el espectáculo. Pero fue por Limón que el fútbol entró en nuestra cultura.
Limón está presente cuando en 1921 se funda la Fedefútbol y se celebra el primer campeonato. Entre los participantes estaban La Libertad, Gimnástica Española, Herediano, Alajuelense, Cartago, La Unión de Tres Ríos y la Gimnástica Limonense. Limón es un equipo clásico, pilar fundacional de nuestro fútbol.
Olvidado por políticos, colonizado por narcos, especie de subCosta Rica, de apéndice histórico y geográfico, Limón es una herida supurante en nuestra conciencia nacional. La crónica de su equipo es una saga épica de salarios atrasados, debacles administrativas, estadios en ruinas, jugadores que se despiertan con el sol y se acuestan con el hambre… Por eso los quiero campeones. Es la cantera de donde han salido nuestros mejores futbolistas, filón siempre explotado, saqueado, dinamitado.
Por ese sutil concepto que llamamos “justicia poética”, y mil razones más, sueño con verlos campeones.