Más allá del camerino morado, Lonis definió una enfermedad deportiva que azota a jóvenes sin pasión por el fútbol, sin sentido grupal, sino narcisistas, materialistas, egoístas y hedonistas que dividen camerinos. Mientras los jugadores responsables se cuidan, no beben ni trasnochan, se esfuerzan y hasta juegan adoloridos por amor al club o por simple profesionalismo, aquellos llegan tarde, se burlan de los regaños y si les duele un poquillo la “jupa”, no juegan. Se “pasean” en lo grupal.
Ahora bien, si les vale un pepino el club que les paga, ¿acaso les importa la Selección que no les remunera? Es entonces que surge la teoría de los princesos , una hipótesis para explicar el ridículo de la Generación “F” (de fracaso) en los procesos Sub-17, Sub-20 y Sub-23, con el silencio cómplice de los vasallos, jugadorcitos tímidos, acobardados, incapaces de levantar la voz ante los desplantes de los que juegan de estrellitas y no llegan ni a luciérnagas.
En un principio, la Fedefútbol puso al mando de la Generación “F” a técnicos jóvenes y prometedores, con trayectoria importante como exjugadores, dos de ellos exlegionarios, exseleccionados nacionales, formados en países como México e Inglaterra, con subtítulos locales y hasta monarcas centroamericanos, con perfiles similares a los de antecesores suyos con éxito en ligas menores. Empero, ni Luis Diego Arnáez (en Sub-17), ni Jafet Soto (Sub-20) ni Paulo Wanchope (en ruta panamericana) pudieron quitarle la “F” a esta generación y los federativos, en lugar de optar por un DT todavía más curtido y experimentado para el preolímpico (Honduras puso a Pinto y se clasificó a Río 2016), eligieron al poco conocido Luis Fernando Fallas. Y, sí; con el cuarto timonel (y los mismos jugadores) se volvió a fracasar.
Pareciera que aquí ni Pep Guardiola habría corrido mejor suerte, porque, más que entrenador, la Generación “F” requería de un genio en Recursos Humanos, Psicología... ¡Y magia!