Esto de escribir y de comunicarse correctamente no es comida de trompudos. Y mucho menos si lo que uno intenta expresar es una opinión coherente de las cosas que ocurren en este fútbol nacional que, de seguir por los vericuetos por los que se enrumbó en los últimos días, nos llevarán al despeñadero, con toda seguridad.
Es decir, como que de este desmadre organizacional tardaremos en recuperarnos. No sale uno del asombro, tras una variopinta semana en la que hubo de todo: dimes y diretes en torno al jugador profesional a quien, dos días antes de un juego de vital importancia, se le metió que bien podría echarse una mejenguita y de ahí, golpes de por medio, ir a dar directamente a la chirola; tarjetas rojas válidas y rojas inválidas; un comité disciplinario que dictó una resolución, la que una vez acatada y puesta en práctica, guillotinó con un filazo de paradoja las cabezas de quienes la tomaron, mientras que la Comisión de Arbitraje quedó pintadita en la pared, algo que, en realidad, la entidad no merece, a pesar de las desacertadas actuaciones que, en general, los soplapitos nos han obsequiado a lo largo de este oscuro verano balompédico.
Peor aún resultó presenciar, en las horas previas al clásico de la semifinal, las discusiones en torno a la legalidad o ilegalidad del recurso que presentó el Saprissa, con tal de habilitar a Marvin Angulo, con la explícita amenaza que hicieron los rojinegros de apelar dicha participación, en caso de que la Liga perdiera el encuentro.
Ahora bien, no todo ha sido negativo. Hay que destacar la sinceridad con que los cuatro técnicos de los equipos clasificados a las semifinales del torneo de Verano se expresaron, tras la culminación de las series que arrojaron a Herediano y Alajuelense como finalistas.
Con sus respectivas declaraciones, Javier Delgado, de Alajuelense; Hernán Medford, del Herediano; Carlos Watson, del Saprissa y José Giacone, de Belén, se constituyeron en las afortunadas excepciones del sainete con que el fútbol costarricense saltó a escena.
Cada uno de ellos respondió sin evasivas a los cuestionamientos de la prensa y, victoriosos unos y derrotados otros, supieron desplegar sus argumentos con sinceridad, respeto y gallardía.
Algo es algo, digo yo.