Qué bueno que se tomen medidas para combatir la violencia en el fútbol, tales como la vigilancia mediante cámaras y el empadronamiento obligatorio -aunque sea en una sola gradería, peor es nada-, a fin de identificar a los revoltosos y procurar su expulsión del inmueble. Lo ideal sería vetar a todos los energúmenos del balompié, y de cualquier escenario, no solo del propio. Pero algo es algo.
Además de presumir los propios logros (se vale), como los antes citados e impedir el acceso a barras bravas visitantes (¿por qué no también a las locales?), sería bueno que algunos dirigentes aniquilen al fanático que llevan por dentro. Muchas veces borran con saliva lo que trazó la mano. Entiéndase, los hechos se diluyen en palabras: orales (declaraciones combustibles a los medios de comunicación) y escritas (apelaciones vergonzosas ante los órganos -¿in?- competentes).
Porque la mayoría de dirigentes de clubes que recuerdo son implacables para condenar al rival cuyos aficionados incurrieron en violencia, pero, ¡oh, misteriosa metamorfosis!, ¡mírenlos cómo se transforman! Esos mismos críticos ácidos de los demás se convierten en hipersensibles con epidermis de papel cebolla cuando son sus propios hinchas los gamberros, y entonces disparan excusas de todos los calibres para defender lo indefendible. ¡Hipócritas!
“Es que en el estadio de ellos nos tratan igual o peor”: círculo vicioso. “Es que el portero visitante le enseñó la lengua a nuestros aficionados”, “es que el arbitraje fue nefasto”: como si eso justificara la violencia. Y el colmo: “Sí, hubo invasión de cancha y seguidores nuestros les pegaron a jugadores rivales, pero ellos no tenían por qué defenderse y por eso exigimos que los castiguen” (¡a los futbolistas agredidos!): Descaro. Y también está la defensa del jugador de comportamiento soez que dio patadas y puñetazos a vista de todos, al que vía apelación logran bajarle la pena (la de la sanción, no la de vergüenza nacional). Alcahuetería.
Por eso, sorprende (para bien) que el nuevo presidente del Cartaginés, Luis Fernando Vargas, cerrase el grifo de los pretextos y asumiera un esperanzador: “Asumimos toda la responsabilidad, fueron aficionados nuestros los culpables”. Ojalá sea esta la nueva tónica dirigencial.