Óscar Ramírez ha pasado por todo tipo de torneos: los brillantes, los de lesiones, los de abundancia defensiva y esos de escasez absoluta en el ataque.
Lo que nunca ha cambiado es el temple para jugar –y siempre ganar– las instancias finales.
Cuando requirió clasificarse por medio gol, lo hizo. Si la necesidad era amarrar, lo planteó sin pena alguna. Cuando se trató de golear, también lo consiguió...
Conocedor de estrategia y manejar tiempos, algo clave en el fútbol moderno, Machillo ha creado un mito de imbatibilidad en los momentos en los que se define la temporada y se levantan copas; cuando surgen los campeones.
Del sueño a la realidad. Este semestre manudo se debatió entre la fantasía de la Concacaf y la realidad del Verano.
Pero, en honor a la verdad, el club siempre se decantó más por la ilusión del torneo regional y el inalcanzable Mundial de Clubes.
En cada instante jugadores y cuerpo técnico vivieron en la fantasía de un otro sueño que, si bien estuvo cerca, no se concretó.
Entonces, acabada la semifinal ante el Toluca, tocó volver a plantearse el objetivo del bicampeonato con un equipo exhausto y saturado, mental y físicamente.
No ha sido fácil. Óscar y sus muchachos no lo admiten de buenas a primeras, pero les costó cambiarse el chip del modo Concacaf al modo Verano. Principalmente, porque no han tenido descanso entre partido y partido, ni mucho menos espacio para recapacitar la cuestión.
Mas la gran mística de Ramírez es principalmente eso, hacer mucho con poco. Y es un espejismo que esta Liga finalista tenga poco. La rotación y ese apuntar a las estrellas les dejó un plantel profundo, con variantes en cada puesto.
Además, Alajuelense mantiene ese temple que lo hace temible en estas instancias finales.