Antes de ejecutar el tiro libre, Rándall Azofeifa colocó el balón en el césped, tal como lo aprendió de José Carlos Cancela, cuando apenas era una promesa, en aquel lejano 2001.
Dos pasos hacia atrás bastaron para que su remate se introdujera en el ángulo, ante el insuficiente esfuerzo del buen arquero académico, Aarón Cruz.
El depurado cobro del volante al minuto 57 significó el inicio de la remontada florense.
La técnica de disparo la empezó a desarrollar cuando era solo un niño. A 20 metros de su casa, en la plaza de Jardines de Tibás, su padre, José Asdrúbal, tenía la paciencia de practicar los remates una y otra vez, hasta que el tiro fuera por dentro.
En esos primeros años disparaba a puerta de media distancia y con balón en movimiento.
Luego, cuando llegó al primer equipo de Saprissa, se encontró con dos especialistas: Pepe Cancela y Amado el Lobo Guevara.
Del charrúa entendió la importancia de ubicar bien el balón en el piso antes de realizar el disparo de táctica fija y la necesidad de calcular bien los pasos para medir el impulso previo al tiro.
El catracho lo sorprendía por su excelente técnica para colocar el balón como con la mano.
“La gente cree que la fuerza que lleva el remate es solo por la fuerza en las piernas, pero tiene mucho que ver con tener una buena técnica”, explicó Azofeifa.
A sus 31 años, el mediocampista ya sabe cómo disparar y cuánto impulsa necesita, pero reconoce que no se puede descuidar porque la práctica hace al maestro.
“En un partido cobré tres tiros libres y ninguno fue por dentro. Desde ese momento empecé a practicar mucho más”, agregó.
Azofeifa dedica alrededor de 20 minutos diarios para pulir sus disparos a balón parado.
Dice que un factor clave para mejorar es hablar con los cancerberos de su equipo, ya que esto le permite entender dónde se les complica más repeler los tiros.
También considera vital practicarlos cuando está descansado, pues si se siente agotado, calcula mal la fuerza al rematar y pierde precisión al realizar el cobro.