Aunque ahora representa a uno de los equipos con mayor tradición e historia en el país, el origen del estadio Ricardo Saprissa fue tan humilde como el sueño que dio paso a su construcción.
La idea de la Cueva combinó ilusión con necesidad, fue un proyecto impulsado por el poder de convocatoria de don Ricardo Saprissa y recibido por la afición nacional, ahí no hubo colores.
“Fue una cuestión increíble. era la primera vez que un equipo se embarcaba en semejante epopeya y el aporte fue masivo”, explicó Bernardo Méndez, expresidente morado y miembro de la “Comisión Pro-Estadio”, que supervisó la construcción.
El estadio tuvo su casa en San Juan de Tibás por una cuestión económica, pues su terreno fue no solo el más accesible (costó poco menos de ¢400.000) sino que además se ofrecieron facilidades de pago a la dirigencia.
Así, con todo listo para poner la primera piedra, se inició el rastreo de recursos.
Las iniciativas de “la vara cuadrada” (se vendían de manera simbólica en ¢10) y “el saco de cemento” (donde se solicitaba de ese material a las personas) fueron bien acogidas, pero no determinantes en el objetivo final.
“Eso fue más una cuestión de apelar al sentimiento. Ayudó, pero el gran aporte llegó por la venta adelantada de palcos a empresas y personas con muchos recursos.
“También se vendieron los derechos de transmisión y se firmaron contratos de exclusividad con empresas como la cervecería, así fue como se consiguió el grueso del dinero”, añadió Méndez.
El 12 de octubre de 1966 iniciaron los trabajos y seis años más tarde el Ricardo Saprissa abrió sus puertas, el primer capítulo de una página humilde pero imborrable en la historia del futbol nacional. Con datos de Gerardo Coto y Cristian Sandoval.