Quien sabe qué cantidad de jugadores salieron del cantón de Limón a lo largo de la historia.
Para esta nota se entrevistaron a solo unos cuantos, los cuales relataron una historia muy similar. Pero las de los demás tampoco deben ser muy diferentes.
Desde que sale el sol, a veces hasta antes, hasta que cae la noche, a veces hasta después, la mente de la mayoría de los jóvenes limonenses está puesta en patear una pelota de fútbol.
Desde niño, el limonense juega donde, cuando y como sea.
No hay receta mágica, la fórmula del éxito, aunado a las obvias características físicas, se basa en simplemente jugar y jugar.
“No tiene que ser 11 contra 11, no tiene que ser un estadio o una plaza. Sinceramente, aquí se juega donde se puede. Hasta en un corredor uno armaba un dos contra dos. Recuerdo que hasta cuando había huelgas, como no pasaban los carros, hacíamos dos canchitas y le dábamos en la calle”, dijo el volante Kurt Bernard.
“Uno sabe a qué hora se arman las mejengas en las tardes entre semana, uno sabe a qué hora se arman los domingos en la playa”, añadió el mediocampista.
“Yo empecé en un equipo que se llamaba Deportivo Cavallini. Varios como Enrique Díaz, (Julio) Fuller, (Dennis) Marshall y (Juan) Cayasso salieron de ahí. El entrenador Martín Solano pasaba por las casas de todos a las 4 a. m. y nos brincábamos la tapia del Juan Gobán para entrenar a oscuras. Si llovía, hacíamos lo mismo pero en el Big Boy (estadio de beisbol)”, recordó el exvolante Enrique Rivers.
“Luego íbamos a la escuela y a las 3 p. m., que entrenaba Limón, íbamos a recoger pelotas. En la noche era la mejenga del barrio. Eso era todos los días”, agregó.
“Desde que me acuerdo estaba jugando. Desde como los siete y ocho años ya jugaba con gente de 15. Lo importante era tener la posibilidad de jugar con alguien”, adujo el zaguero Waylon Francis.
Eso sí, los tres señalaron que lo más importante es la disciplina y la fortaleza mental para alejarse de los problemas sociales de la región, la cual no todos s tienen.