“Hoy ganamos gracias a un terrible error arbitral al minuto 92. Fue evidente que nuestro jugador fingió falta de penal. El defensa contrario nunca lo derribó. Es más, ni lo tocó, y de haberlo hecho, habría sido fuera del área. Le pregunté y él me garantizó que sí hubo contacto, que la falta fue legítima y, al fragor del partido, le creí. Le quise creer, seguramente por conveniencia, pero ahora, que vengo del camerino y he visto la repetición, les doy la cara avergonzado y, tengo que aceptarlo, no era penal, y mucho menos expulsión. Voy a hablar con la Junta Directiva para que suspendan a este muchacho, porque es un pésimo ejemplo ganar de esta manera”.
Reacciones del mismo entrenador con respecto a su propio portero:
“Yo jamás mandaría a mi portero a simular lesiones. Pero, ¿qué puedo hacer? Si se está revolcando después de salir por esa bola, tenemos que mandar a nuestro cuerpo médico a atenderlo. ¿Cómo voy a saber yo si está actuando o no? Yo exijo ética profesional. Sin embargo, cuando, al terminar el juego, constaté que no tenía nada, que se tiró al piso para perder tiempo, me enojé, se lo hice saber y le comuniqué, como ahora lo hago en público, que va para la banca. Este es un equipo grande. Y, como tal, es inadmisible en nuestros códigos de grandeza recurrir a acciones antideportivas como la pérdida deliberada de tiempo”.
Así, este timonel imaginario se desmarcó de antecesores y contemporáneos, siempre atentos a justificar las mañas propias, pero, al mismo tiempo, prestos para ametrallar al prójimo, como si estuviesen libres de pecado. Hipocresía con “H” mayúscula. En cambio, este técnico se ha salido del molde, tanto, que fecha a fecha reconoce cuando es favorecido por el arbitraje, pero, cuando lo perjudican, dice cosas como “son circunstancias del fútbol. Errar es de humanos. Si los delanteros fallan goles y los volantes pases, los jueces también tienen derecho a equivocarse”.
Solo un director técnico con semejante proceder, así de excepcional y franco, tendría autoridad moral para reclamarles a sus colegas por actitudes antideportivas tan comunes en el fútbol, como fingir faltas o simular lesiones. Si no, aplíquese el refrán: “El que tiene el tejado de vidrio, no tire piedras al de su vecino”.