Medford atraviesa un largo período de esterilidad. Él necesita a Herediano más que Herediano a él. Pero eso no importa: su paso por las filas rojinegras será una mera transición. Medford ve a Saprissa con “ojos de gatito golosito mirando su quesito”. Esa es su verdadera meta. Con el tiempo las cosas se irán decantando, y veremos cuál era el lugar de cada piecita en el demasiado obvio rompecabezas de nuestra liga.
A Saprissa irá a parar Medford, sí. Aunque su desempeño con Herediano sea impecable y la labor de Watson al frente de los morados milagrosa. El eterno interino será defenestrado, e irá a las divisiones menores de Saprissa. Es inexorable. ¿Por qué? Porque no es un técnico “mediático” –léase: un payaso–. Hombre comedido, discreto, sereno, económico de gestos y palabras, Watson no hace de sí mismo un espectáculo: deja que sus resultados hablen por él. El suyo es el lenguaje de los actos. Pero a Saprissa no le basta con un buen técnico. Querrá un personaje flamboyant y exhibicionista, el tipo de entrenador que genera titulares con mover una ceja. Todo, en Saprissa, termina en una pasarela.
Ya Medford puede ir ensayando el numerito de quitarse el sombrero, tirarlo al suelo y brincarle encima (atención: los herederos de Ramón Valdés, “don Ramón”, podrían acusarlo de plagio). Y Saprissa estará feliz: tendrá titulares juegue bien o mal, presencia mediática garantizada, eso que en nuestro fútbol pesa más que los títulos: farandulería, escandalillos, desplantes y figuración. El pobre de Watson tiene esos “defectos” que Saprissa no perdona: es decente, respetuoso, y carece del valor agregado de las payasadas, de los sombreritos pisoteados y las bravatas histriónicas.
Nuestro fútbol se ha farandulizado… Pienso en La Sociedad del Espectáculo de Guy Debord, y en La Civilización del Espectáculo de Vargas Llosa. Todo está ahí.