De pronto nos volvíamos a ver. Y aunque en la vida nos habíamos conocido, nos saludábamos con abierta efusividad.
Si uno requería ir al servicio sanitario, el otro le indicaba dónde. Eran notorias las sonrisas y la amabilidad de los protagonistas de una espontánea felicidad colectiva.
Esa suerte de identidad que vivimos los costarricenses entre la tarde y la noche, con motivo de la inauguración del Estadio Nacional, nos hizo comprender que ayer fuimos una multitud de primerizos “con juguete nuevo”.
Después de sortear los inevitables contratiempos en el palco de prensa, luego de intentar cazar la señal de Internet como un pájaro al vuelo, ayer nos cobijó la primera noche de vuvuzela y canto en el coloso de La Sabana.
Un océano de almas con oleaje de marea roja fue ocupando las butacas. Y el fervor de la multitud terminó invadiéndolo todo.
En el momento culminante,
El
El Arzobispo de San José recordó el derecho al descanso en el sétimo día, cuando Dios creó el mundo e invitó de esta manera al disfrute de todos en el Estadio Nacional.
Después del discurso del Vicepresidente de China, un aplauso largo y sonoro se hizo sentir, como una muestra de agradecimiento del pueblo para el tesonero trabajo con que los chinos construyeron, con disciplina admirable, la nueva joya de La Sabana.
“Las obras humanas serán tan grandes como el alcance de nuestros sueños”, refirió doña Laura, al expresar con palabras plenas de gratitud, la generosidad de China hacia Costa Rica.
Al final de su intervención, la presidenta Chinchilla lanzó un reto a sus compatriotas.
“Así como hemos sido capaces de estar entre los mejores de la región, debemos tratar de superar nuestras aspiraciones para estar entre los mejores del mundo”.
Todos saludábamos con la confianza de los viejos amigos, aunque en la vida nos habíamos visto.
Ayer fuimos identidad, entre la tarde y la noche de La Sabana.