Revolucionó el fútbol y lo propagó por el mundo, al tiempo que agigantó las arcas de la FIFA e hizo millonarios a sus aliados.
Un tipo duro, escogía las preguntas y escondía las respuestas, a quien siempre se le creyó enteramente intocable.
No es Joseph Blatter. Es su maestro: João Havelange, bautizado Rey Sol por el periodista David Yallop en el libro ¿Cómo se robaron la Copa? (2001).
Las similitudes entre los dos reyes, el que abdicó ayer y el que le heredó el poder en 1998, son tan comunes como las sospechas de corrupción en la FIFA por un motivo: así opera el fútbol desde 1974, cuando Havelange se sentó en el trono.
A Blatter siempre le han acompañado dos cosas: los escándalos y su presunta inocencia. Se dice que su primera elección la ganó por unos sobres cargados de dinero que repartió el aliado catarí Mohamed Bin Hammam.
Hasta el nombre de Havelange se ha embarrado, pero sigue sin aparecer ese algo que exponga a Sepp como algo más que un “torpe”, según lo exculpó la investigación de 2001 por la bancarrota de la compañía suiza International Sport and Leisure (ISL), la otrora dueña de los lucrativos derechos de márquetin y televisión del fútbol y sus mundiales.
ISL repartió millones a los barones del balón y Blatter prometió revelar sus nombres pero luego, un acuerdo extrajudicial le valió para sostener el secreto.
En 2002 ganó su primera reelección pese a que en el mismo año Michel Zen-Ruffinen, su entonces secretario general, lo acusó de desfalco financiero a FIFA.
Tampoco fue salpicado en 2006, cuando hallaron al exvicepresidente FIFA y máximo líder de Concacaf, Jack Warner, revendiendo entradas del Mundial.
En 2007 ni siquiera encontró oposición para tomar su tercer mandato y esa omnipotencia lo llevó a escalar en el tamaño y la frecuencia de los escándalos.
Tanto que en 2010 adjudicó dos mundiales a la vez, pese a que hubo quien sospechó de eso como la obvia oportunidad para acrecentar la compra-venta de votos para las citas que quedaron en manos de Rusia (2018) y Catar (2022).
Su cuarto mandato llegó en 2011, una elección en la que no hubo rival después de que su gran amigo Bin Hammam se revelara y terminara excomulgado del fútbol por comprarle votos a Warner y sus aliados caribeños.
Desde antes, la imagen de Blatter ya venía evolucionando en la de un senil, torpe y hasta bufanesco abuelo, sonrojado cuando declaró la inexistencia del racismo, pidió más sensualidad a las futbolistas o aconsejó a los gais abstenerse de conductas homosexuales en Catar 2022.
El último acto del rey fue renunciar cinco días después de ser reelegido en un congreso irremediablemente turbado por la caída en desgracia de varios de sus acérrimos colaboradores.