Usain Bolt lo volvió a hacer. Le dio leves esperanzas a sus oponentes y, al final, los destrozó en los 100 metros planos de los Juegos Olímpicos 2016.
Aunque en Pekín 2008 y Londres 2012 registró mejores tiempos en la final (9,69 y 9,63), Bolt igual resultó invencible con su 9,81 de anoche.
No llegó con el mejor tiempo de la temporada, y eso, sea como sea, generaba expectativas.
Si no, que lo diga el estadounidense Justin Gatlin, quien asistió a Río con los mejores cronos del año (9,80 y 9,83), pero ni eso fue suficiente.
Los fantasmas volvieron para el norteamericano, como en el Mundial de Pekín 2015 y hace cuatro años, en Londres, cuando se tuvo que conformar con el bronce.
A eso se le debe sumar que en esta ocasión, el jamaiquino había tenido una lesión muscular, el 2 de julio anterior, y estuvo tres semanas de baja. Regresó cuando quedaban poco más de 20 días para el inicio de las justas, durante una Liga de Diamante en Londres.
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Probablemente, Bolt nunca dudó de su capacidad, pero las circunstancias hacían pensar que el rayo jamaiquino podía dar alguna ventaja a sus oponentes. Mas todas esas hipótesis fueron aniquiladas.
En las eliminatorias y en las semifinales, Bolt ya había dado un aviso. Corrió tranquilo, le dio tiempo de ver a los lados para medir a sus rivales y sonreír.
Durante los menos de 10 segundos de la final, no fue igual, pero ganó con superioridad y se colgó la tercera presea dorada de forma consecutiva en los 100 metros planos, algo que nunca antes había logrado alguien.
El mejor velocista del mundo quedó lejos de su récord mundial (9,58), pero volvió a montar su show y a dejar una lección: nunca se puede dudar de Bolt.