Alajuela. Alajuelense volvió a dejar claro que poco entiende de campeones y dejó en el camino a un Cruz Azul que salió del Morera Soto con una eliminación merecida y una bochornosa imagen.
Entre libreto y consignas los manudos despidieron al campeón defensor de la Liga de Campeones con un empate 1-1 emocionante, que premió al mejor equipo en la cancha y de paso dejó a otro monarca mexicano en el camino, como ya había sucedido con el América en la pasada edición.
Del boleto erizo a cuartos no se puede criticar nada, no solo fue merecido sino buscado: un conjunto que muy a pesar de esa opción de avanzar con la igualdad no quiso jugarse la carta del cálculo.
Eso lo dejó muy claro el gol de Armando Alonso apenas al segundo minuto de juego, tanto que además le cumplió a la Liga con la meta primordial de meter en el juego a un Morera que lució prácticamente lleno y que pronto estalló .
Por eso el descuento del veterano Gerardo Torrado, al 8’, apenas si tocó el ánimo de la feligresía.
Ahí vino el empuje del pizarrón, pues el Machillo sorprendió con la incorporación de Kenner Gutiérrez de contención, un movimiento que permitió adelantar a Ariel Rodríguez casi de creativo. ¿Extraño? Sí. ¿Erróneo? No.
Con Rodríguez adelantado la Liga encontró esa figura que a veces extraña, la de un armador que maneje tiempos y rompa líneas; una función que, mientras pudo, el contención cumplió con solvencia.
La lógica podría decir que Pablo Antonio Gabas pudo haber hecho mejor ese rol, pero en la cabeza de Ramírez también estaba presente la posibilidad de aplicar el seguro pasando a una línea de tres con Gutiérrez sin abandonar la dupla en contención, y esa precaución, para un juego tan trascendental, era totalmente entendible.
Sin embargo apenas si la necesitó, ya que en el primer tiempo los aztecas estuvieron lejos de superar a los erizos, ni en el control ni en la ofensiva, y dejaron que fuera la presión del desgaste y la obligación la que tratara de cambiar la historia.
Esfuerzo. De más está decir que el marcador no se movió otra vez, pero que eso nunca mermó las ganas y ánimo de un partido intenso.
En parte por la entrega de sus actores, pero más que todo por esa tensión del marcador, demasiado ajustado para la Liga y más esperanzador para el Cruz Azul, que tuvo que resignarse a repartir el control del balón entre sus ganas y las de una Liga que no renunció.
Las inclusiones tempraneras de Christian Giménez o Marco Fabián por el bando mexicano muy pronto encontraron respuesta en Jonathan McDonald por el bando rojinegro, dejando claro que el Machillo no se iba a dar por menos.
Un palo de Johan Venegas y otro del Giménez mantuvieron en vilo las almas ticas y mexicanas, condicionadas al sufrimiento del reloj que, por fortuna, avanzó rápido.
Ya sin nada qué perder, Jesús Corona fue un habitual del área eriza en el epílogo y la muestra más clara que tiene el fútbol para reflejar urgencia, esa que en los rostros de la Máquina Cementera se fue transformando en desesperación y más tarde en vergüenza.
Porque el complaciente y por demás pésimo arbitraje del salvadoreño Elmer Bonilla ayudó en parte a esa bochornosa trifulca del final, que empañó la celebración eriza y dejó algo claro en la retina tica: el Cruz Azul no sabe perder.