“Para Benito Floro, director técnico del Albacete, en lo futbolístico y lo humano, Gabelo sigue siendo el número uno del mundo”.
Así rezaba un artículo publicado el 9 de junio de 1991, en la primera edición de la Revista Dominical . Eran tiempos distintos: esta publicación recién debutaba, Benito Floro entrenaba en la Segunda División de España y Luis Gabelo Conejo, el héroe nacional durante el Mundial de Italia 90 cruzaba el Atlántico para unirse a una aventura que hacía vibrar a un pueblo de España.
Benito Floro asumió el timón del Albacete Balompié en 1989, cuando el pequeño club se encontraba en una grave crisis. Cuatro años antes había descendido a la Segunda División B –tercera categoría del fútbol ibérico– y clamaba por nuevos aires.
Floro asumió el reto y, muy pronto, comenzó a obtener resultados inesperados por una afición más bien acostumbrada el desaliento. En solo una temporada, Floro ascendió el equipo a Segunda División y, al año siguiente, cosechó un triunfo hasta entonces no visto en los anales del Albacete: el primer ascenso a la Primera División.
Fue precisamente en la Segunda División, antes de dar el salto histórico, que nació la relación entre Benito Floro y nuestro país; la misma que desencadenaría la serie de eventos que lo tiene sentado hoy en el banquillo del estadio Alejandro Morera Soto.
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El Albacete, en su búsqueda de llegar a la Primera División, hizo un movimiento grande en su plantilla: fichó a una de las estrellas de la Copa Mundial recién concluida: Luis Gabelo Conejo, arquero de la sorpresa del torneo, la pequeña cenicienta, Costa Rica.
Historia hecha
Junto a Gabelo destacaron otros jugadores que Benito Floro todavía recuerda con estima.
El uruguayo José Luis Zalazar, el héroe local Rafael Collado García, y Francisco Javier Mármol Rodríguez –conocido como Catali– hoy parte del cuerpo técnico del Albacete, fueron algunos de los responsables por los momentos más memorables en la historia del club, que hoy se clasifica entre los últimos lugares de la Segunda División.
Aquella, sin embargo, era una época dorada cuya coronación fue conseguir el sétimo lugar en su primer año en Primera División.
La calidad de juego del plantel le valió el apodo del Queso Mecánico –en la ciudad de Albacete se produce, por cierto, el mejor queso del planeta, según los entendidos–. El equipo quedó a apenas un punto de clasificarse, por única vez en su historia, a la Copa UEFA.
“Ganar cuando diriges a un equipo grande”, cuenta Benito Floro ahora, cuando aquellos tiempos solo existen en la memoria, “te da alegría y te da satisfacción. Pero subir una categoría y triunfar con equipo chico ganera una transformación social en la afición. Es muy bonito, no hay otra palabra para describirlo”.
Agrega: “Te sientes identificado con la gente, con todo el mundo. Cuando ganas con un equipo chico, todas las clases sociales participan de un hecho que es la razón de ser del fútbol: identificarte con unos colores”.