El narcotráfico comenzó a moverse en el futbol colombiano en los años 70, pero fue en las siguientes dos décadas en las cuales empezó a ser protagonista... y no precisamente para bien.
El primer dirigente del futbol que fue vinculado directamente en una investigación fue Hernán Botero Moreno, presidente del Nacional entre 1970 y 1984, año en el que el Gobierno decidió su extradición a Estados Unidos por lavado de activos.
Botero fue famoso por un incidente en un clásico, en 1981, en el que le mostró desde la malla un manojo de dólares al árbitro central, Orlando Sánchez. Ya en la década de los 80 se estrecharon los vínculos de los grandes capos del narcotráfico con el futbol. Gonzalo Rodríguez Gacha tuvo un paquete de acciones de Millonarios y los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela fueron los amos y señores del América de Cali durante más de 15 años. Y se dice que Pablo Escobar apoyó, indistintamente, a los dos equipos de Medellín, aunque nunca fue dirigente. Pero no fueron los únicos: Octavio Piedrahíta fue propietario del Deportivo Pereira y de Atlético Nacional; fue asesinado el 8 de junio de 1988. Phanor Arizabaleta Arzayús tuvo vínculos con Independiente Santa Fe; fue extraditado el año pasado. En 1988 comenzó una época dura. En noviembre de ese año, el árbitro Armando Pérez fue secuestrado –al parecer por representantes de seis clubes profesionales– y liberado pocas horas después con un comunicado en que se decía que América y Santa Fe no podían ser campeones y que al árbitro que pitara mal lo iban a matar.
Al año siguiente fue asesinado el árbitro Álvaro Ortega y un año después, Colombia fue sancionada a raíz de las amenazas proferidas a un réferi en la Libertadores.