Pretoria. Ayer fue feriado en Sudáfrica. Desaparecieron los embotellamientos y solo se veían muchedumbres en los estadios mundialistas y en los centros comerciales.
El milagro de descongestionar el tráfico se lo debemos al Día de la Juventud. Pero no se trata de una celebración frívola o un invento de los comerciantes para generar altos picos de ventas.
Este día conmemora el inicio de unas protestas en el popular barrio de Soweto. En 1976, la minoría blanca en el poder quiso obligar a los niños de escuela negros a recibir clases en afrikáans, el idioma de los blancos. Era una forma de despojarlos de su identidad.
Los negros se negaron a seguir la injusta orden e iniciaron un levantamiento fuerte y sangriento. Un escolar llamado Héctor Pieterson, de 12 años, murió por disparos de la policía; la prensa difundió la noticia y el mundo se escandalizó durante las protestas, que duraron ocho meses.
La figura del pequeño Pieterson es otro de los íconos de la lucha contra el
La familia de Héctor adoptó el apellido Pieterson, más occidental, para ser tomados como personas “de color”, como se les decía a los mulatos, quienes disfrutaban de algunos privilegios por encima de los negros.
El caso de Héctor retrató muy bien la brutalidad del régimen: policías con libertad para disparar contra niños de escuela. Sin embargo, pasaron más de 15 años para que el sistema de discriminaciones fuera desarticulado.
El caso es que Sudáfrica honra el valor de aquellos niños con el Día de la Juventud. Es un feriado muy en serio: las oficinas cierran y solo algunos negocios abren. Hasta las empleadas domésticas, todas negras, se dan un descanso.
Muchos de los momentos festivos de Sudáfrica tienen que ver con la lucha contra la segregación: el 21 de marzo es el Día de los Derechos Humanos, el 27 de abril el Día de la Libertad y, por supuesto, hay un espacio en el calendario para el querido Madiba: el 18 de julio es el Día de Nelson Mandela.
Gracias al feriado, ayer ocurrió un milagro impensable en las calles de Johannesburgo: circular a velocidad normal, sin tránsito de tortuga. El martes se tardaba hasta media hora para recorrer unas cuatro cuadras antes del Ellis Park, donde jugaba Brasil.
Algunas calles estaban cerradas, como es normal en cualquier estadio, pero los policías se contradecían sobre cuál era el punto para que la prensa entrara. Cada vuelta, cada 100 metros, permitía oír dos canciones en la radio.
Con el Día de la Juventud y las oficinas cerradas, la gente se fue de tiendas. Otros tomaron hacia Pretoria para ver a la selección local, en una autopista de primer mundo, con perfecta señalización, impecable iluminación y ni un solo hueco ni platinas. Es una carretera de primer mundo, otra de las contradicciones de un país rasgado por las carencias, donde millones viven con solo un dólar y medio al día (¢26.000 al mes). Sé que en Costa Rica también hay compatriotas que viven con eso o menos; la pobreza no tiene nacionalidad ni necesita pasaporte.
El día libre cambió el ritmo de la ciudad y otorgó un espacio para disfrutar del Mundial sin el estrés de las calles atiborradas ni de la gente corriendo para todo lado.
Por lo pronto, aviso que ayer trabajé durante un feriado. Así que me toca cobrar doble.