La buena noticia, nos dice la FAO, es que la cantidad de gente con hambre en el mundo disminuyó en el 2010. La mala noticia es que el número sigue siendo escandalosamente elevado: hay 925 millones de personas que sufren desnutrición, que equivale al 16% de la población mundial.
La FAO nos dice que la reducción se debe principalmente al renovado crecimiento económico y al descenso en los precios de los alimentos en los últimos 2 años. Y es que el 2008 fue un año en que todos los elementos estuvieron en contra de lograr el objetivo de bajar la hambruna en el mundo. Primero se dio la crisis energética, en la que los precios del petróleo se dispararon. Esto causó una escalada en los precios de los alimentos a niveles exorbitantes. No solo porque los costos de producción se elevaron fuertemente – muchos insumos agrícolas provienen de derivados del petróleo–, sino también porque se intensificó el uso de alimentos para la producción de combustibles. Los altos precios hicieron aun más inaccesible los alimentos para la gente pobre. Encima, luego de la crisis energética se vino la crisis económica. La producción se cayó y el desempleo aumento. Los ingresos de la gente se redujeron drásticamente, agravando más el problema de acceso a los alimentos.
La FAO concluye que el crecimiento económico es una condición necesaria, pero no suficiente, para reducir el hambre en el mundo. Para las familias más pobres, el precio también es una variable fundamental. Pero, aquí es donde está lo complicado del asunto. Por muchos años, los gobiernos se concentraron en tratar de resolver el problema del acceso de los alimentos por medio de controles de precios. O sea, solo una parte de la solución: darle alimento barato al pueblo. Pero, con precios deprimidos para los productores, estos no tuvieron incentivos para invertir o producir. Como resultado de este tipo de políticas, la producción de alimentos mundial fue cayendo y la cantidad de gente con hambre aumentando.
Otras veces, los Gobiernos han tratado de incentivar la producción por medio de controles a las importaciones combinadas con precios controlados – como el arroz en Costa Rica–. En estos casos, al no haber competencia del exterior, los productores nacionales venden su producción a un precio mayor al internacional. Los consumidores terminan subsidiando a los productores, pagando precios altos por los alimentos. En algunos casos, la producción nacional aumenta, pero el acceso de las familias pobres a esos alimentos se ve limitado por los elevados precios. Eso no ayuda a la reducción de la hambruna.
¿Cuál es la solución? La recomendación de la FAO a los gobiernos es que inviertan más en el sector agrícola, que aseguren un comercio internacional fluido y eficaz de productos alimenticios, y que se mejore la regulación de mercados para garantizar una mayor transparencia.