Una de las novedades ocurridas en Costa Rica durante el presente año fue la acogida que tuvo la protesta organizada por un sector de costarricenses bajo el lema “Ya no más Recope”. Poco después, otro grupo de ciudadanos planeó una protesta frente a la Casa Presidencial para exigir la renuncia del mandatario, Luis Guillermo Solís.
Aunque no se sabe si quienes están contra Recope y quienes exigían la dimisión del presidente tienen relación, lo cierto es que ambos grupos comparten un terreno común: la impugnación de la institucionalidad democrática costarricense.
Inspirados por las experiencias de otros países, en los que no existe una tradición democrática como la de Costa Rica, ambos grupos han encontrado en las manifestaciones callejeras una forma para expresar su descontento que desborda las vías establecidas para promover el cambio institucional en una democracia.
Tal tendencia empezó a manifestarse en Costa Rica a finales del siglo XX: en el marco de la crisis inicial de los partidos políticos, de los escándalos de corrupción y de las trabas institucionales que afectan el desempeño del sector público, algunos sectores de la ciudadanía empezaron a clamar por un “hombre fuerte que ponga orden”.
En años más recientes, algunos intelectuales y políticos llegaron incluso a manifestar que los cambios que el país requería solo podían alcanzarse mediante un golpe de Estado.
Ciertamente, de “Ya no más Recope” a exigir la renuncia del presidente de la República hay mucho trecho, pero es un trecho que puede ser recorrido muy fácil y rápidamente, favorecido por la irresponsabilidad de las izquierdas, de los sindicatos de empleados públicos y de algunos medios de comunicación colectiva.
A partir del “Ya no más Recope” pueden surgir grupos de ciudadanos organizados en función de “Ya no más ICE”, “Ya no más UCR”, “Ya no más Seguro Social”, “Ya no más elecciones”.
Si las izquierdas, los sindicatos y algunos medios de comunicación pueden permitirse ser irresponsables y alentar el desarrollo de formas de descontento próximas al fascismo, el resto de la ciudadanía no puede darse ese lujo, y debe repudiar esos brotes contra la institucionalidad democrática antes de que cobren fuerza y sea ya demasiado tarde para detenerlos.
El autor es historiador.