En el país podemos –si queremos– recuperar la voluntad de servicio; el deseo y el hecho de servir, no la intención de hacerlo. A menudo, sobran las intenciones y no se presta el servicio, se pospone; se acumulan los propósitos y todo se va dejando para después.
Mientras tanto, llega el olvido, abundan las promesas, crecen las posposiciones e incumplimientos, y poco a poco, inadvertidamente, como en silencio, pasa el tiempo. Por consiguiente, no se hacen las cosas, el pueblo se decepciona, repite la lección y nace el indiferentismo.
El país, lentamente, se ve envuelto en el pesimismo colectivo y en la cultura del “se puede” y “no se puede”. Ellos, el pueblo, lo repiten cada día, y los medios de comunicación, también.
La voluntad de servicio, la posposición y el olvido cuestan caros. Por ejemplo, algunos préstamos internacionales no se utilizan a tiempo, vencen los plazos y al final se pagan grandes sumas de dinero. Asimismo, no se hacen las obras y los pueblos se cansan de pedir el arreglo de calles, puentes y alcantarillas.
Tampoco importa aquel empresario o profesional que después de muchas gestiones para el sí, debe esperar el regreso del funcionario competente, si está incapacitado o de vacaciones. Como sigamos empleando la manida expresión “mientras se aclaran los nublados del día”, la voluntad de servicio seguirá medio oculta y el manejo de la nación seguirá lento, dispendioso y cansino.
Como puede apreciarse, Costa Rica parece poblada por personas envueltas en un “vacío de ideales”. Faltan ideales de bien, de verdad, de servicio, de justicia, de entrega, de generosidad, de alegría, de metas, de crítica constructiva, de rectitud moral, de afán por cambiar el rumbo de vida, de ayudar sin compensaciones, de ser mejores personas…
Estos ideales se convierten en tareas, en quehaceres, en vida humana. El país mejora si mejoramos como personas, si cada cual se lo propone; no si estos ideales se nos imponen desde arriba. En esta lucha por la vida y por la patria no caben ni el cansancio ni el pesimismo, sino la firme voluntad de luchar.
Al final, cuando todo se acaba, será mejor entregarle a Dios una estrella y no un alma sin luz, porque, como expresa un autor, “lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”. Y un corazón enamorado solo espera correspondencia. El amor abre horizontes. Algo semejante pide la patria, en diferentes campos, empezando por el político y por el social.
No es con leyes, reglamentos, decretos ejecutivos, disposiciones ministeriales, y menos nombrando comisiones, como se curan los males de nuestra nación, sino contando con ciudadanos y funcionarios comprometidos con la verdad y la responsabilidad.
También está faltando ser más amigos de la coherencia entre el pensamiento y la palabra. Si a esto se añade la voluntad de servicio, se le inyecta a la cultura, personal y colectiva, aquella vitalidad de que carece.
Debemos empezar de nuevo: cuando no hay ideales, decae la exigencia y se debilita la esperanza.
El autor es abogado.