La marcha de las putas nació en Canadá después de que un jefe policial de Toronto aseverara, a principios de año, que si las mujeres no quieren ser violadas “no deben vestirse como putas”, y se ha extendido por Europa, varios países de América y, claro, llegó a Costa Rica, donde la copiamos y la echamos a perder.
Las desafortunadas imágenes que pudimos ver de una mujer desnudándose con un rosario en la boca, la multitud gritando consignas violentas contra la Iglesia y profanando la imagen de la Virgen María, me hicieron pensar que las personas que atacaron soezmente a la Iglesia demostraron una gran intolerancia e irrespeto, actitudes que, justamente, les achacaban a sus “adversarios” en la mediática protesta.
Las declaraciones del obispo Ulloa y del cardenal de México fueron machistas e innecesarias y, sobre todo, descontextualizadas.
No obstante, ninguno de ellos dijo que a las mujeres nos violaban por andar con ropas provocativas y, curiosamente, ese fue uno de los principales reclamos de las personas que asistieron a la marcha.
Afortunadamente, todos en este país tenemos derecho a protestar contra lo que nos parece injusto, pero nada justifica la incitación a la violencia y la chabacanería.
Ahora bien, en esta marcha, ¿se protestó verdaderamente contra la injusticia y la desigualdad de género en todas sus manifestaciones, contra el Gobierno, se protestó contra los violadores, contra los hombres que irrespetan a las mujeres en las calles, contra los hostigadores sexuales? No. Se protestó contra la Iglesia.
La marcha fue impulsada por las declaraciones de dos casi octogenarios sacerdotes, que, afortunadamente, no tienen mayor impacto que el mediático.
No fue impulsada por las declaraciones del anterior ministro de Seguridad, don José María Tijerino, cuando minimizó el hostigamiento sexual en su institución.
Tampoco fue impulsada por el proyecto de ley de fertilización in vitro, presentado por la presidenta Laura Chinchilla, y calificado por la Defensoría de los Habitantes como “un proyecto que atentaba contra los derechos y la salud de la mujer”.
La marcha de las putas fue una verguenza para el género femenino. Fue una más de esas acciones superficiales que le gustan a la mayoría porque hacen bulla.
Es casi como el político que habla siempre en lenguaje “inclusivo” siempre dice “los niños y las niñas”, pero que no hace nada realmente significativo.
Protestemos contra el machismo, contra los agresores, los violadores, los que nos pagan menos que a un hombre por ser mujeres, contra la superficialidad, las marcas que solo hacen ropa para modelos altas y delgadas, contra las mujeres y los hombres que no se respetan a sí mismos y refuerzan los estereotipos.
La Iglesia no es la única culpable de la discriminación contra las mujeres, también contribuyen las sociedades que siguen reproduciendo los mismos esquemas y los Gobiernos que no impulsan políticas progresistas en materia de género.
Somos culpables todos desde nuestras familias y con la forma como educamos a nuestros hijos; sin embargo, contra eso no protestamos porque es más complicado y porque no salimos en los medios de comunicación, porque para eso hay que trabajar y cambiar, pero es más fácil hacer un cartel en contra de un cura y ponerle calzones a la Virgen.