Un agudo observador europeo ve ahora en Costa Rica el mismo culto a la mentira que existió en los países del Este antes de la caída del comunismo. Para disimular una realidad que no concuerda con la teoría, se crea un régimen de fantasía que instrumenta el discurso público bajo el que todos se tapan, cada uno en lo que le interesa. Evolución convergente que conduce a un mismo resultado, aunque por razones diferentes. Pero esta conciencia de vivir bajo una falsedad constante es peor que todo lo demás, como decía Vaclav Havel de la entonces situación checa. Por la misma razón he sentido la necesidad de decir verdades que en una atmósfera así resultan escandalosas, en relación con pretensiones de negar la naturaleza y el origen de la actual cultura costarricense.
Me refiero a las corrientes generadoras de la Ley 7426 que sustituye la celebración del descubrimiento de América por la del Día de las Culturas, y en la que afirman y pretenden imponer: a) expresamente, que la idiosincrasia del pueblo de Costa Rica está formada mayoritariamente por la herencia indígena, b) que los valores indígenas se deben enseñar y celebrar como el modelo a seguir por aquél; c) implícita y contradictoriamente, que igual valen unos valores que otros, porque todas las culturas, del pasado y del presente, supuestamente son iguales. Afirmaciones las dos últimas, subversivas de la Constitución Política, en la que el pueblo de Costa Rica consagra en forma excluyente y obligante los valores que deben regir su existencia social, cultural, económica y política, y que son ajenos a lo que se pretende.
Por oponerme a esas ilícitas y falsas pretensiones he recibido ataques de un grupo de asociaciones culturales indígenas y de otras personas que, en la imposibilidad de refutar las amargas verdades que he tenido que decir, me ponen a decir lo que no he dicho. No estoy en contra de los indígenas si no de la pretensión absurda de que el pueblo de Costa Rica se guíe por los patrones de las culturas precolombinas, o de la afirmación falsa de que su idiosincrasia proviene de éstas --salvo en los aspectos negativos que he tenido que señalar, y que motivaron la irritación-- como es claro del texto y del contexto de la citada Ley, que jerarquiza a aquellos en primer lugar, y que minimiza el descubrimiento de América como si a partir de ahí sólo males hubieran ocurrido. Sería otra cosa si se hubiese decretado una conmemoración independiente --y sin perjuicio de esta otra-- en desagravio de los indígenas, por los males inmerecidos que les trajo el descubrimiento, lo que es otra cosa, y con lo que estaría de acuerdo. Al parecer eso fue lo que se planteó a los legisladores, pero salió otra cosa. Discrepancia que por tanto es entre la razón o intención del legislador y lo que terminaron consignando objetivamente en la ley, que es lo que cuenta. Me duele además que las asociaciones indígenas, a quienes al parecer también se dijo otra cosa, se hayan sentido lastimadas, porque esa no fue mi intención.
Dije que los valores sociales precolombinos incorporados a la idiosincrasia costarricense son negativos hasta donde conozco (conformismo, cultura del guaro, agricultura primitiva de tala y roza que, adoptada por los colonizadores ha sido una las principales causas de la deforestación), por lo que más bien hay que tratar de erradicarlos. Amargas verdades por las que no se tienen que molestar las citadas asociaciones culturales, porque todas las culturas tienen puntos negros. Con afirmaciones tangenciales sobre la agricultura y la ingestión de licor españolas --tendiente al "ellos también"-- se ha intentado debilitar, que no refutar (por ser cierto) lo que dije. Pero tampoco estas otras afirmaciones son ciertas. La agricultura europea desde hacía milenios había superado los métodos primitivos de tala, roza y quema, porque disponía del arado, de fuerza de tracción animal y de herramientas de hierro. Los indios por el contrario, con hachas de piedra, con solo la fuerza humana y el palo o macana para sembrar debían continuar con aquellos métodos, que nunca debieron copiar los colonizadores españoles, porque de ahí se origina en una forma importante la actual deforestación. Ya los romanos cultivaban la tierra mediante la rotación trienal y la variedad de los cultivos (primavera, otoño y barbecho). En la Baja Edad Media española, las técnicas se enriquecieron con el regadío y los superiores conocimientos agrícolas traídos por los musulmanes, que convirtieron a Andalucía y Valencia en un vergel de frutas y verduras. Las Partidas se ocuparon de la conservación de los bosques, y en las Cortes de Valladolid de 1256 el Rey Alfonso El Sabio decretó contra los incendiarios de bosques que "al que lo fallaren faciendo fuego, que lo echen dentro" (veáse Historia de España y América, Social y Económica, dirigida por J. Vicens Vives). De modo que el reparo a hacer a los colonizadores españoles, es el de abandono en lo correspondiente de sus costumbres agrícolas y la adopción de las precolombinas.
Las antiguas culturas americanas tampoco fueron ajenas a alterar la naturaleza por ambiciones prometeicas o por simple ambición, al igual que nuestra cultura actual. Las pirámides de Mesoamérica no están construidas de bloques sólidos de piedra como las egipcias, sino de tierra recubierta de piedras selladas con cemento o cal hidratada obtenida calentando con leña a altas temperaturas la piedra caliza. Leña que obtenían talando los bosques. Como lo señala C. Vaillant (La Civilización Azteca, FCE), las imponentes pirámides de Teotihuacán contrastan sospechosamente con las colinas peladas de la zona y del altiplano mexicano, e indica también que para obtener ese cemento, según lo practican los actuales mayas, hay que quemar en leña diez veces el peso del material. Se debe recordar que, a excepción de la azteca, vencida militarmente por los españoles, todas las anteriores culturas de Mesoamérica (olmecas, teotihuacanos, toltecas y mayas) desaparecieron misteriosamente, y que una explicación podría ser una catástrofe ecológica. Por otra parte, los aztecas con las chinampas o islas artificiales de los lagos de Texcoco y Xochimilco, y los incas con la agricultura de terrazas, conocieron y practicaron la agricultura intensiva (que no es igual al monocultivo como se ha entendido erróneamente), lo que no ocurrió en las atrasadas tribus costarricenses. Si bien es cierto que en las actuales comunidades indígenas, al igual que en toda la sociedad costarricense, hay voces sensatas que predican la conservación de la naturaleza, en la misma forma hay prácticas disonantes como la explotación irracional del bosque y el envenenamiento de los ríos con barbasco para pescar. De modo que en esto nadie está libre de pecado. Pero lo que claramente es un absurdo antiecológico, es predicar, como lo hace la Ley 7426, la adopción de la agricultura primitiva incluida en la cultura precolombina que pone de modelo.
Finalmente, en lo referente al origen de la cultura del guaro, y en cuanto a la forma de tomar, es evidente la relación genética con lo que describe Fernández de Oviedo. Y por otra parte, no se encuentra ninguna referencia similar en las costumbres españolas contemporáneas, que de haber existido necesariamente aparecerían descritas en la literatura, las crónicas y la historia, porque cuestión tan notoria no podría pasar desapercibida. Por otra parte, no todas las culturas precolombinas tuvieron estas costumbres. Los indios de Norteamérica las desconocían, y los aztecas, como lo dije las proscribieron bajo severas penas. Asimismo, la cultura del guaro no es privativa de Costa Rica o de algunos grupos indígenas: en otras partes del mundo y por otras o parecidas razones existe igualmente; baste citar el caso de Rusia y de algún país nórdico. Se mantiene por tanto todo lo dicho porque es verdad.