En estos últimos días han crecido las expresiones de odio frente al pueblo nicaragüense en el marco de un “conflicto” político entre el Gobierno de Nicaragua y el de nuestro país. Los discursos nacionalistas se han disparado en ambos bandos y es preocupante ver cómo dos naciones, con más coincidencias que diferencias, entran en un conflicto creado artificialmente por las élites gobernantes. Por esta razón hay que ahondar más en el asunto y preguntarse: ¿Por qué un conflicto?, y ¿conflicto entre quiénes?
La respuesta a la primera pregunta se deriva de la disputa de un territorio en el norte del país. De pronto, nuestro Gobierno alzó la bandera de una posible invasión y nos llevó a defender una zona que llevaba años siendo ignorada y excluida por nosotros mismos. Con la consigna de la defensa ambiental se libra una lucha discursiva que incita a la xenofobia.
Esto nos lleva a la segunda pregunta: ¿conflicto entre quiénes? Históricamente, las relaciones diplomáticas entre ambos Gobiernos han sido poco amistosas; sin embargo, las relaciones reales (las de la gente común) son más cercanas y entrelazadas de lo que creemos. Gran número de costarricenses tienen una relación en su vida cotidiana con un nicaragüense, sean familiares (cercanos o lejanos, inclusive padres y madres) o compañeros de trabajo o estudio.
También están las personas que sostienen muchos ámbitos de nuestra economía: los guardas, empleadas domésticas (que cuidan a nuestros hijos), trabajadores de la construcción, y muchos otros trabajos en los cuales los nicaragüenses son la mano de obra principal. Entonces, no sé qué nos hace enemigos.
Cóctel de miedo y violencia. El miedo es una herramienta muy efectiva para incitar a la violencia; sin embargo, tengo más miedo a otras cosas que ocurren aquí, lejos de Isla Calero, y que son más alarmantes que una invasión. Debo admitir que me aterra el hecho de que haya un 20,6 % de las personas que viven en nuestro país en situación de pobreza (INEC, 2013). Me asusta muchísimo más el que mueran personas porque los servicios de salud están colapsando y que no haya voluntad política para sacar a la Caja Costarricense de Seguro Social del aprieto en el que se encuentra.
Me alarma pensar que muchas mujeres son asesinadas y agredidas (física y verbalmente) desde pequeñas y diariamente en nuestras calles, y ver que nadie levanta la voz con la misma determinación con que pretenden defender la Isla Portillos. Tengo más miedo a que se caigan los puentes en mal estado del Virilla, que a una invasión de Nicaragua. La pobreza mata, la falta de servicios de salud mata, la violencia sexual mata, la mala infraestructura vial mata… todas a simple vista, y sin necesidad de una sola bala.
¿Por qué los gobernantes de ambos países insisten en distraernos de esta manera? Para combatir los verdaderos problemas de nuestros países. Basta de crear odios ficticios entre ambas naciones: las comunidades a las cuales debemos defender del “enemigo” nicaragüense están indefensas ante otros enemigos que se llaman la exclusión y la pobreza. Ningún político va a arriesgar su vida en el frente de batalla si hay un conflicto. Los que van a sufrir en carne propia son otros, la gente común, los cuerpos alejados del discurso, los cuerpos “que no son importantes”, diría la filósofa estadounidense, Judith Butler.
Seguir una línea política nacionalista significa echar abajo las diferentes luchas sociales de muchos años frente a los atropellos que hemos sufrido por nuestros propios gobernantes.
No seamos presas de esta pantomima bélica sin pies ni cabeza. Recordemos que “la violencia es el último recurso del incompetente” (Isaac Asimov).