La primera de las derogaciones, la más común descalificación del feminismo es tratarlo como si fuese una corriente de pensamiento monolítica. Cuando se habla de existencialismo, cualquiera advertirá que Heidegger difiere de Sartre, que Camus propone su propia versión de él, que ninguno de los tres sería concebible sin el gran precursor, Kierkegaard, que por ahí anda Unamuno, y que es concebible incluso un existencialismo religioso, tal el caso de Gabriel Marcel.
Si se habla de idealismo, nadie asume que Platón y Kant sean lo mismo. Pero cuando se menciona el feminismo, los hay que encuentran muy cómodo tomar a Des Gouges, Sand, De Beauvoir, Kristeva, Irigaray y Cixous, meterlas en la misma bolsa, y ponerles una sola etiqueta.
Con ello las homogeneizan y pasteurizan. La verdad es que debería hablarse de feminismos, tanto como de existencialismos, idealismos o materialismos.
Entre las pensadoras mencionadas hay oposiciones tan marcadas, que a duras penas puede asignárseles el mismo marbete. Eso es bueno. Un pensamiento hondo y rico generará este tipo de disensiones.
Las filosofías donde todo el mundo baila al son de los mismos tambores ideológicos no me inspiran más que suspicacia. Celebro la heterogeneidad y las contradicciones de los diversos feminismos. Meter a pensadoras tan disímiles en una sola gaveta es la primera y más burda estrategia para desautorizarlas, para no comprenderlas y disminuirlas.
El autor es pianista y escritor.