Todos los días, a las 6:30 a.m, cuando muchos apenas salimos hacia el trabajo, doña María ya va de regreso, halando su inmenso carretón de tablas viejas con llantas de bicicleta, cinco veces más pesado que ella, cargado de papel para reciclar. Ella es testimonio vivo del compromiso que representa ser parte de la afortunadísima minoría que pasó por un aula universitaria.
Algunos estudiantes de las universidades públicas ciertamente contribuyen con el desarrollo, retribuyendo la gran subvención que reciben y no sólo se dedican a estudiar, a obstruir calles o a emitir comunicados. Lamentablemente, pocos lo saben, porque muchas veces sus iniciativas no reciben la divulgación o el apoyo financiero adecuados de los ahora profesionales de los sectores público o privado.
Anualmente, en ExpoInnova y otras ferias similares, los estudiantes presentan proyectos de negocio que pueden llegar a convertirse en empresas exitosas con el apoyo adecuado. Hace algunos años fui testigo de interesantísimos proyectos empresariales que, de manera rentable, pretendían generar energía con tecnologías limpias, contribuían a una mejor nutrición, incentivaban el deporte o las prácticas de sostenibilidad ambiental. Tristemente el jurado eligió como ganador (y merecedor de apoyo financiero) a una mochila para mantener fría las cerveza. Ese no es un camino promisorio.
Son numerosos los casos de éxito y modelos que explican la conveniencia de las alianzas público-privadas para el desarrollo, donde la academia tiene un papel de importancia. El modelo de Triple Hélice, de Etzkowitz y Leydesdorff, es bastante más sencillo de entender que pronunciar los apellidos de sus autores: gobierno, universidad y empresa privada deben trabajar juntos. La comunidad da a conocer sus necesidades, que son analizadas por la universidad, donde se genera investigación apoyada con recursos de las empresas, que resulta en soluciones creativas. Las empresas luego transforman esa investigación y creatividad en productos y servicios.
Así, mientras se da atención a los problemas comunes, las empresas pueden generar empleo y lucrar, permitiendo a las universidades contar con más recursos para la investigación. Esto debe ir acompañado de políticas públicas gubernamentales para agilizar el proceso, generando un ciclo virtuoso de necesidad-alternativas-producción-consumo-solución.
Los estudiantes del ayer debemos recordar a los de hoy que nuestra obligación como profesionales es contribuir con el desarrollo, pero también debemos apoyar sus ideas, para que se transformen en nuevas oportunidades y mejoren la condición de vida, tanto la propia como la de nuestros vecinos. Muchos de estos emprendedores cuentan con los deseos y con el conocimiento, pero aún no tienen los recursos. La empresa, el gobierno y las universidades deben coadyuvarse para un mayor desarrollo y no convertirse en obstáculos uno del otro.