En la sociedad costarricense abundan grupos de presión de carácter político, sindical e ideológico, que utilizan el ineficaz y empobrecido aparato público para fortalecer sus peculiares intereses. Lejos de ellos el esfuerzo socio-productivo, ético e intelectual, están demasiado acostumbrados a sobrevivir gracias al favor y la resignación de la población.
Han secuestrado la democracia y privatizado el Estado, distanciándose de y oponiéndose a la ciudadanía, con lo cual dan la razón a Claude Frédéric Bastiat, quien definió el Estado como un invento a través del cual unos tratan de vivir a expensas de todos los demás , y esto, permítaseme glosar al maestro Bastiat, se aplica a otras organizaciones, estatales o no, seculares y religiosas, donde los feudos de poder manipulan y engañan día a día y sin descanso al resto de los mortales.
De la tecnoburocracia a la libertad. Ocurre en nuestro medio lo que en otras latitudes: Se han destruido los vínculos de la representatividad – no solo política–, y buena parte de la ciudadanía no se siente ni es representada por nadie. Al interior de las actuales estructuras de poder ¿Se creerá que el poder puede funcionar como espacio cerrado, piramidal y autocentrado, donde habitan unos seres superiores, iluminados y salvadores? Si esto creen estamos en presencia de un primitivismo mental y emocional que alucina y envilece. ¿No se percatan de que en estos tiempos de redes sociales, revolución de la información y la comunicación, transparencia mediática de las conductas públicas y privadas, generalización de la cultura científico-tecnológica y expansión educativa, la ciudadanía irrumpe como variable clave de la convivencia democrática y liberal, y lo hace al margen de las formas de organización tradicionales?
Lo que el costarricense busca no es un paraíso de mercancías, lujos, opulencias, derroches y privilegios, sino hacer posible una sociedad abierta, democrático-liberal, global y globalizada, que erradique la pobreza extrema, disminuya la pobreza y la desigualdad, fortalezca la cultura emprendedora y empresarial, desarrolle las clases sociales medias y libere el Estado y la sociedad civil de las redes sindicales y políticas que lo aprisionan y encadenan a la postración. Lo que se desea, aquí y en Brasil, Turquía, Chile o España, es más libertad y más democracia. ¿Cómo lograrlo?
En lo que sigue comparto algunas reflexiones en torno a esta pregunta.
El apocalipsis que nunca llegó. La información disponible evidencia que la estrategia de desarrollo seguida desde 1982, ha sido exitosa en apertura comercial, reforma financiera, diversificación de mercados de exportación y desmonopolización del sector público. Las tesis opuestas a este modelo, que en los años setenta y principios de los ochenta, propugnaban en favor de un Estado interventor y propietario de medios de producción, previeron que las políticas de apertura crearían un apocalipsis social de proporciones catastróficas, pero semejante circunstancia nunca llego. Todo lo contrario. En el marco de las nuevas orientaciones económicas se recuperaron los niveles de desarrollo social deteriorados con la crisis socio-económica y política que tuvo lugar entre 1978 y 1982.
A inicios de la década de los ochenta, por ejemplo, el 50 por ciento de los hogares se encontraban en condiciones de pobreza, pero 16 años después, en 1994, los hogares pobres representaban el 20 por ciento. Luego de treinta años de evolución nacional, la esperanza de vida al nacer se incrementó en 6,9 años, los años invertidos en educación aumentaron en 3 y los años esperados de educación aumentaron en 4,1. Según el índice de desarrollo humano (IDH) del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que estudia parámetros tales como vida larga y saludable, educación y nivel de vida, la sociedad nacional puede definirse como de desarrollo humano alto con un IDH de 0,773 (2012). Es obvio que estos resultados no hubiesen sido posibles si los pronósticos apocalípticos anunciados durante los años ochenta se hubiesen convertido en realidad.
No todo lo que brilla es oro. No obstante lo anterior, el desempeño del modelo de desarrollo hacia afuera presenta insuficiencias y vacíos en fortalecimiento de mercados locales, encadenamientos productivos, generación de empleos asociados a la inversión extranjera directa (IED), distribución de la riqueza, expansión de las clases sociales medias – propietarias y no propietarias de medios de producción–, modernización del Estado y del Gobierno, y buenas prácticas de gestión pública y política; es decir, ética del desarrollo.
Respecto a estos asuntos, Velia Govaere Vicarioli acierta al afirmar que en “(…) los últimos 30 años (…) hemos creado dos economías heterogéneas: por un lado, las empresas vinculadas a la IED y, por otro, las empresas locales, abandonadas a su propia suerte( …) ” (véase La Nación, 23/06/2013, Foro de Opinión, “El enigma de la Esfinge”, página 26A). En definitiva, la estrategia de desarrollo no produjo una catástrofe social; todo lo contrario, pero sí un sistema socioeconómico descoyuntado o desarticulado , al que debe agregarse el aumento de la desigualdad en la distribución del ingreso, y la persistencia de la pobreza y la pobreza extrema, como lo refleja el hecho de que más de un millón de personas son pobres y casi trescientas cincuenta mil no logran satisfacer sus necesidades básicas de alimentación.
De la autocrítica al futuro. Lo dicho evidencia la necesidad de una profunda autocrítica nacional, no para autoflagelarse ni cultivar odios, amarguras y divisiones, sino para vivir con más equilibrio emocional e intelectual, y contribuir a construir el porvenir bajo el principio de la concordia en la diversidad.
No se trata de negar los méritos de lo realizado en las últimas tres décadas, tampoco de retroceder al Estado empresario e interventor de los años setenta, pero es imprescindible identificar aquellos ámbitos donde el modelo de desarrollo requiere cambios y correcciones de forma y de fondo, tanto en el plano político como socio-económico.
¿Qué otra prioridad es más importante que liberar de la pobreza y la postración social a los compatriotas que padecen estos flagelos? ¿Existe algo más valioso que erradicar el hambre y la desnutrición crónica que sufren veinte mil niños menores de cinco años? En tiempos de estancamiento en el empleo y peligro de recesión económica, ¿qué otra política es más decisiva que contribuir a fortalecer un sistema socioproductivo capaz de generar empleos de calidad y bien remunerados?
¿Qué otro Estado es más necesario que uno libre de las redes feudales, tecnoburocráticas y político-sindicales, que lo privatizan y atan al subdesarrollo?