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Una redefinición de la barbarie

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Entre los esquimales, los indios de América y algunas culturas japonesas tradicionales se acostumbraba que los ancianos se retiraran del grupo social para morir solos cuando su cuerpo se convirtiera en lastre para el resto de la sociedad: el equivalente del suicidio. En varias tribus africanas trashumantes eran librados a las fieras: dejados atrás, a fin de no constituir peso para la comunidad, en constante necesidad de desplazamiento. Los leones o leopardos daban rápida cuenta de ellos. A nosotros, occidentales (que somos tan, pero tan buenos –solo organizamos de vez en cuando guerras mundiales que aniquilan a ocho millones–), tales prácticas se nos antojan atroces, inhumanas. Acaso no lo fuesen tanto. Y, francamente, la forma en que tratamos a nuestros ancianos equivale a una muerte social. No los devoran las fieras: los dejamos morir de soledad, incomprensión y aislamiento en un inmundo, podrido asilo.








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